Gracias por venir, porvenir

Estoy empezando a pensar que las fronteras del Ecuador no son naturales, que no tiene sentido encerrarse en una de nuestras habitaciones cuando uno puede pensarse sudamericano. Este sentimiento parte del cariño que le tengo a mi casa, a mi barrio, a mi ciudad, a mi tierra, es un cariño que le tengo al mundo. Nací a principios de los ochenta y desde que entendí que el televisor mostraba una realidad que era más grande que la nuestra, muchísimo más grande, se me dio por curiosear lo que pasaba por encima de los muros imaginarios que construimos hace casi dos siglos. 

El amor por mi casa, por mi barrio, por mi ciudad, por mi tierra, se basa en la conexión que tengo con las personas a las que quiero y que la habitan, con los hijos de mis amigos que se me adelantaron en eso de reproducirse. Se basa también en que mi identidad se ha construido en base a esas relaciones: el idioma que hablo, los valores que defiendo, la forma en la que aprendí a ser humano. 

Tengo un amigo que se está dando la vuelta por sudamérica en bicicleta. Admiro la tenacidad de sus rodillas, la facilidad que tiene para relacionarse con la gente de los pueblos que ha visitado. Me encontré con él poco antes de que saliera de viaje, se le notaba agotado de intentar encontrar un espacio para sus sueños en la cercanía de sus raíces. 

Mi sensatez me exige que sea justo con los cambios que se han dado en nuestro país, que disfrute de la estabilidad, de la educación que tantos han recibido gracias a las becas que ha proporcionado la institucionalidad. También por eso me resultan cada vez más imaginarias nuestras fronteras. Hoy más que nunca se hace necesario que salgamos a recoger las experiencias de pueblos que han recorrido caminos que nosotros no alcanzamos a divisar. Quiero aprender más, quiero leer más, quiero vivir más, quiero escribir más. 

El título de este texto es un juego de palabras que sale de una canción del Bocanada, hace alusión a la novedad con la que recibo el descubrimiento de que estoy viviendo un tiempo que nunca imaginé, o que quizá lo hice cuando niño, pero que se vio interrumpido por un intermedio de conflicto y reajuste. 

Voy en busca de respuestas propias y ajenas. Empiezo a imaginar mi camino.






Santiago Soto
01/09/15

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