Fotogenia

Siempre quise ser una estrella de cine. Quizá, esa necesidad de ser alguien reconocible a través del único medio narrativo que fuera popular en mi alrededor, cuando niño, tenía algo que ver con lo remoto de nuestro país, pero para ser más franco, de nuestra ciudad. Porque del país es difícil hablar. En cambio, la ciudad es lo suficientemente cercana, se siente lo suficientemente sincera. En esta ciudad, es difícil sentirse alguien. Me encontré en esta ciudad en el momento en el que la misma estaba creciendo más allá de sus planificaciones, el momento en el que esta ciudad empezó a experimentar un estilo de deformidad propio de la grandes urbes y que se puede medir por la deformidad identitaria de sus ciudadanos.

Así, el cine puede proporcionar la plataforma de consciencia que la ciudad no permite, el cine, que ahora ha sido reemplazado por las redes sociales, era el lienzo en el cual la ciudad podía encontrarse, hablar de sus problemas, de sus necesidades, superar sus conflictos, dejar atrás ese miedo a perderse entre las discusiones y el caos. El cine es como la playa, un lugar en el que podemos sentarnos a presenciar el encuentro del mundo al que pertenecíamos y el mundo al que pertenecemos, el actual, ese que en la mente del guionista nos proporciona una epifanía y redime al protagonista. Es así como se construye una estrella de cine.

Hace años intenté generar un espacio en el que eso fuera posible sin necesidad del celuloide, la alfombra roja o los trailers. Era un proyecto social y artístico. Una forma de saltarse la brecha entre el anonimato y la fama sin tener que jugar bajo las reglas del marketing. Era un colectivo poético en el que la gente podía gozar del reconocimiento de su humanidad a través de sus letras, de esa versión de la ciudad que construía en su andar al plasmarlo en el algún tipo de texto que pudiéramos compartir. El principio era simple: apropiarse de la palabra.

Cuando deambulamos por el internet intentando recoger nuestra humanidad, los reflejos de la misma. Es necesario entender que estamos frente a un nuevo momento para la sociedad. Que todavía no estamos seguros de lo que estamos haciendo con estos nuevos medios. Que, al igual que sucedió con los medios que estuvieron antes que este, quizá nos estemos prestando para un espectáculo espantoso que cuando haya pasado el tiempo no seamos capaces de digerir sino a través de una empalagosa masa de nostalgia. Esperando que las telarañas le calcen a las aspiraciones que ventilamos frente a una computadora.

Estaba viendo esa película que habla de la famosa entrevista de Rolling Stone a David Foster Wallace y me quedé congelado cuando Jason Segel dice que si nuestra dieta mental se basa en consumir lo que ciertas personas, que no nos aman y que solo están interesadas en nuestro dinero, nos entregan a través de una pantalla: vamos a morir. De una manera muy profunda y sentida repitió:

Vamos a morir.






Gabriel Gómez de la Torre
02/06/2016

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