Volvamos a hacer de este, un lugar emocionante

Ayer nos encontramos en una dolorosa pero brevísima discusión de Facebook sobre nuestro país. Por un lado, asuntos como la discriminación que existe en contra de los extranjeros, llena de indignación, pero por otro lado el clausurar los pensamientos en una idea de país de mierda, no me dejaba satisfecho.

Sentado sobre la lavadora, después de trapear el piso de la cocina y limpiar los trapos, mientras la ropa termina de lavarse, me encontré pensando que hay algo que guía a algunas de nuestras perspectivas, las de aquellos que nos fuimos con la esperanza de encontrar mejores destinos al otro lado de nuestras fronteras y volvimos buscando el calor del hogar, que puede servir para destrabar esta visión pesimista y antagonizante que clausura, de nuevo, la visión del país en un sentido pesimista.

Cómo hacemos para volver a hacer este lugar, un lugar emocionante, en el que queremos estar y construir nuestro futuro, nuestros hogares, nuestras familias, el legado de esta generación que a veces es denominada: la generación del milenio. Partiendo de esa definición, tenemos un milenio sobre nuestros hombros, algo más pesado que lo que se le colocó encima a las gentes de la belle époque en el cambio de siglo, hacia el XX.

Parto: no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos cambiar el futuro.

A nivel local, la denominación correísta/anticorreísta, generó de nuevo ese agujero negro que son los pensamientos binarios. Así también nos resulta tan complicado el español/indígena, el blanco/no-blanco, el mestizo/no-mestizo. Hay alguna oportunidad de desarrollar un lenguaje que se escape a la colisión; a la destrucción de las fibras sociales; a los prejuicios, la segregación y el quiebre de los mecanismos que nos permiten comunicarnos? Debemos rechazar el membrete de generación del milenio?

Volviendo a la imagen de hacer de este lugar un espacio emocionante, en el que nos sintamos afortunados de encontrarnos pese a las dificultades que experimentamos; a los límites de las estructuras con las que los economistas plantean encaminarnos, sentado sobre la lavadora pienso en  la casa de mis padres en este conjunto llamado los Reyes: en un barrio sin nombre; en un pueblo desprovisto de su identidad, fagocitado por una ciudad que sufre para tratar de incluir a quienes se escapan de una lista de apellidos ennoblecidos por la leyenda; me quedo sin palabras pero con el corazón caliente por algo que sucedió ayer y que me ha inyectado esa emoción que trato de contagiarles a ustedes con este texto.

Ayer vimos a un grupo de jóvenes sanar haciendo circo.

Mi padre es médico. En esta casa la salud ha sido un tema trascendental desde que éramos chicos. La visión que tenemos de la salud partió de los enunciados más académicos, pero con el pasar del tiempo y con las evidencias de vida, nuestra visión de salud tuvo que abrirse a otros saberes y conocimientos, a la búsqueda de la ampliación de ese sentido de salud para incluir otros aspectos de la vida, como el social y el sicológico.

Dentro de los temas de la salud mental, estos últimos años, me he ocupado de tratar de entender la forma en la que nuestra vida requiere de un equilibrio que se facilita con la rutina, con las costumbres, pero también con un elemento de la humanidad que parece ser tan importante como la sangre para el cuerpo: la cultura.

Me he encontrado transformando la visión que tenía de cultura para incluirla en este espacio: Cotocollao, la periferia, materia oscura para los cronistas de la ciudad y programadores de la agenda del verano de las artes, al menos en los términos en los que yo lo vivo (Cotocollao) desde mi condición de clase media y de habitante de un conjunto cerrado, cercado, excluido de las conexiones sociales que nos rodean, a veces para mal, a veces, aparentemente, protegiéndonos del sonido de esas explosiones que no se sabe si son balas o fuegos pirotécnicos.

Mi lenguaje puede resultar dramático. Mi formación es de guionista de ficción. Ergo.

Dentro de mi rama de conocimiento, por mi maestría que es equivalente a un doctorado en lo concerniente a la práctica cinematográfica (no a su estudio teórico), entiendo que el lente de la Pornomiseria, ese que se ha utilizado para retratar, por ejemplo, a Río de Janeiro en Ciudad de Dios, escrita por Paulo, no sirve sino para elevar aún más el nombre de directores como Cuarón, que se sientan sobre una latinidad que parece no alcanzar hasta la mitad del mundo.

Estamos afuera de ese radar, aproximándonos más bien al de los Andes, al de Evo, al de las comunidades del norte del Ecuador, a sus prácticas, a su forma enriquecedora de deconstruir esos valores inamovibles de la vida moderna como la ley del dinero.

Desde los Andes, entonces, se alcanza a percibir una forma distinta de representarnos que aquella de los problemas del barrio. Las montañas nos ennoblecen. El frío del verano sirve para calmar los nervios. El agua helada todavía surca por debajo de las calles con las que hemos intentado borrar las quebradas y aunque comúnmente queramos sentirnos parte de la capital, podemos cobijarnos bajo las pocas araucarias que hablan del tiempo que ha pasado en este valle de piedras, el Valle de Cotocollao.

Finalmente, es necesario aclarar que es distinta la visión turística de la geografía, que la que quiero transmitirles cuando digo que necesitamos volver a sentirnos emocionados por estar aquí, en el país de la mitad del mundo. Este que les propongo es un esfuerzo personal e íntimo, de caminar por las calles de los lugares en los que ustedes tengan sus hogares, para abrirse, pasito a pasito, la mente, hacia el contacto con la comunidad, en búsqueda de sanar esas distancias que nos mantienen congelados, hambrientos y desarropados.

El racismo, el clasismo, el sexismo, son todos fenómenos que suceden en varias direcciones y solo se pueden sanar con respeto y diálogo. Cuando se logra establecer, o restablecer canales de comunicación, tenemos la esperanza de que vuelva a existir confianza y fe en la vida en sociedad. No es necesario leer ni a Jodorowsky, ni a Osho.

Es más importante volver a tener la capacidad de leer los signos que se encuentran presentes en el rostro: ajeno y propio.

(Las redes sociales tienen límites en lo concerniente a la comunicación)

Hagamos de este un lugar emocionante en el que construir nuestro futuro.

Viva la humanidad!





Santiago Soto
07/29/2017

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