Sonia

Años después comprendí que el chico por el que Sonia me impedía cortejarla, no era su amante, mi amigo Lucas, sino Claudio, mi hermano, con quién ella había tenido una amistad corta, pero que había causado un gran efecto en su vida. Tal era ese efecto que ella había tenido que dejar de verse con él. Hacerlo parte de una parte de su vida que ella evitaba o intentaba evitar recordar.

Claudio tenía eso: además de que sabía divertirse y era hábil con el cuerpo. 

Lo curioso es que su amante, ese chico que conocí en mi infancia y que creció disparándose para otros ámbitos de nuestra sociedad, quizá por su propia capacidad, ya que era un estudioso y trabajador brillante, repleto de vicios y excesos de la personalidad, pero al fin un tipo que gustaba de ganarse su éxito, fue quien para mí representaba la opción que Sonia claramente había preferido, a mi escueta figura de comediante de segunda, socialité sin presupuesto.

No, no había sido Lucas quien le representaba ese objeto del deseo, al que tenía que observar desde su torre de marfil, y a quién permitía las visitas cuando estaba entonado. Había pensado esto, porque Lucas me reveló que su amorío estuvo atravesado por tensiones sociales. Él es longuito.

No es que Sonia sea del todo blanca, pero en Quito, para Lucas, su identidad representaba un vacío que cruzar, algo que solucionar. Sobre todo en el ámbito en el que se movía, tan dedicado a los asuntos de la imagen. 

En ese sentido, la imagen de Claudio curiosamente representaba un vacío aún más grande. Y eso es algo que para mí fue razón suficiente para sentarme a tomar este café y comerme este pan con aguacate, mientras descanso en mi trabajo. Es que la imagen de Claudio, para Sonia, debe haber sido aún más desafiante- aunque desestabilizadora quedaría mejor- que la de Lucas. 


Lucas a la final tenía su dinero, tenía su apartamento. 

Pero Claudio, qué tenía?

Qué podía darle él a ella?

Más que su cuerpo, su piel morena y esa forma esquiva de dedicarse al amor sin concentrarse en nadie, nunca.


Por fin lo supe y trajo paz a mi alma.

Sin necesidad de confirmar mi teoría. 

El café me recordaba ese episodio, con Sonia entre mis manos. Con los pantalones abajo, ambos. Y yo apresurado, pensando, apenas ella me dejó, frente a la casa de mis abuelos, en la madrugada, que lo que había acabado de vivir nunca más lo volvería a vivir. Porque la forma en la que ella se despidió de mí, era demasiado bonita, como para que se adaptara a mis modales, o mejor dicho, como para que mis modales rudos se adaptaran a los de ella. 

Tan cortés, aún para hacerte un desplante.




Truly Gómez

17 de Agosto de 2021

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