Reflexionando sobre la violencia desde las palabras de despedida de Obama

Ayer, cuando me enteré de la noticia de un caso de violencia dentro de las fronteras de una comunidad con la que estoy comunicado, de forma periférica, pero finalmente, comunicado, me encontré con el tema que durante estos cuatro años, desde que decidí cada día salir al parque bicentenario para darme tiempo para mí mismo, ha ocupado el centro de mis reflexiones: el tema de la salud mental.

Escuchando el discurso de Obama, alguien cuyas palabras me han dado un gran sentido de sensatez (esa piedra fundacional de la salud mental, la voluntad de observar, antes de lanzar las reacciones emocionales que muchas veces nos hacen equivocar a los seres humanos) me pinchó esa invitación que hace él (si bien, a sus conciudadanos, pero por extensión, a quienes buscamos ideas que nos guíen) de creer en nosotros, y en la voluntad que tenemos por hacerle caso a nuestra conciencia, cuando apunta a los problemas que tenemos alrededor nuestro.


Nuestra generación, y también nuestra comunidad de artistas alternativos, por así llamarlos, ha atravesado diferentes fases de relación con nuestro medio y entre nosotros. No han sido fáciles. Somos una generación atravesada por discursos antagónicos. Somos una generación en la cual los vínculos que formamos con nuestros colegas y amigos, son cada vez más frágiles y dependientes de la coyuntura. Somos una generación a la defensiva, que siempre siente que pisa sobre cáscaras de huevo. Somos una generación en la que se intenta dominar los discursos, estar a la altura de los criterios que guían las relaciones sociales, a veces más por sobrevivir que por haber atravesado por las experiencias y los procesos necesarios para hacerlos nuestros.


El gran reto que enfrentamos es precisamente el de la violencia. Ese que alguna vez entró en nuestros hogares cuando nuestra nación se hacía pedazos. Ahora, esa violencia está presente entre nosotros y dentro de nosotros. Además, no contamos con un lenguaje para hablar de los asuntos del espíritu, porque las convenciones de nuestros mayores no son compatibles con el lenguaje con el que hablamos de los problemas contemporáneos.


Del discurso de Obama me quedo con el deseo de no caer víctima de otra forma de violencia, que es el pesimismo. El pensar que no hay forma de que vivamos como una comunidad sabiendo respetar al otro y también aprendiendo con los años y las décadas ese difícil arte del perdón. Porque el arte, no es solamente el dominio de una estética, o el entusiasmo que sienten los jóvenes por encontrar otras formas de comunicarse, es una búsqueda personal de trascendencia de los límites físicos de nuestra existencia. Es una voz que muchas veces está en donde menos lo esperamos.





Santiago Soto

01/11/2017

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