El reconocimiento del valor del trabajo artístico en Ecuador

Uno de los efectos secundarios de la creación del Ministerio de Cultura, fue el mensaje de que los trabajadores de la cultura tenían los mismos derechos que cualquier otro tipo de trabajadores.
En una sociedad que, en general, abusa de los trabajadores, la deslegitimación del trabajo artístico se utilizaba como un castigo moral. Lo cual servía para ejecutar una diferenciación en el derecho al acceso a la riqueza producida por la sociedad.
Así, se estigmatizaba al artista como miembro de una parte de la sociedad que debía ser excluida, relegada, silenciada y en el caso más extremo depurada, al vinculársele con mensajes y tesis opuestas a los sentidos de identidad que aglutinaban a los sectores mejor ubicados en la economía.
El caso de Guayasamín, como un pintor que logró incluirse en la alta sociedad, gracias al apoyo de Rockefeller, que llegó para irrumpir en la lógica social quiteña para hacer del mencionado artista, el símbolo de un mensaje, permite entender que hay instancias en las cuales los artistas pueden acceder a la acumulación de capital gracias a cambios culturales necesarios.
Son momentos clave en los cuales se abre la puerta del ascensor para permitir la consagración de uno u otro autor.
En el caso de Viteri, que se conectó con la tauromaquia para representar un sector de la población en un momento determinado de promoción de ciertos sentidos identitarios, hallamos también algunas pistas del vínculo entre la necesidad de representación de un colectivo y la función simbólica de un autor.
Foucault se refirió a fenómenos de autoría como prisiones de sentido que hacen que el artista quede atrapado en su función de símbolo atado a un mensaje.
Esa es una posición crítica frente al sentido de autoría que ayuda a entender por qué algunos artistas se vuelven respetables y sus obras redituables.
Desde una perspectiva del acceso a los derechos laborales, hay como observar esta repartición de la autoridad moral y el valor capital, a través de la necesidad del individuo, antes de ser convertido en ícono de la cultura, de una mínima capacidad de sustentación, para construir su obra.
Las posiciones más radicales de mercado, dirían que el valor se adjudicará de forma justa y acorde con las necesidades de los clientes.
Bajo esta lógica, en un país pequeño como el Ecuador, ha habido momentos en los que el trabajo artístico se ha devaluado por completo al poder ser reemplazado por productos culturales producidos por industrias mucho más provistas que las ecuatorianas.
El mercado, en este caso, es más grande que las instituciones del estado: las devora.
Ese era el escenario a principios de los dosmiles y estas eran preguntas que yo me hacía mientras asistía al curso de Economía 101 en la licenciatura.
Me parecía problemático que desde una perspectiva estrictamente de mercado, se justificaba que como artistas ecuatorianos no tuviéramos ningún valor, atravesando aquella coyuntura.
Años más tarde, con el aparecimiento del Ministerio de Cultura, se produjo ese fenómeno secundario de reconocimiento del valor del trabajo artístico. Los artistas ganaron una dignidad de trabajadores que por años había sido cuestionada.
Esa dignidad, como efecto social y cultural, aparte de financiero, se volvió una motivación para que más estudiantes se formaran en áreas de la producción artística, lo cual mejoró los resultados de las industrias ecuatorianas, si bien, de forma modesta.
La decisión de invertir en proyectos culturales, aún con fines de lucro, depende del rendimiento de esas inversiones, pero ese rendimiento está influenciado por el clima económico y los criterios que se promocionan con respecto al valor de las producciones artísticas ecuatorianas.
Así, mientras más se crea en su valor, se incrementa la percepción de la validez de la inversión en estas áreas.
En un aspecto moral, social y de búsqueda de límites en la tolerancia a la diversidad de discursos que estas obras puedan provocar, hay un trabajo de editores, curadores, críticos y académicos que puede servir como mediador entre las audiencias y los productores.
Esos procesos parten de convicciones, algunas de ellas, de naturaleza política en el sentido de la valía que logra tener aún la propia existencia del Ecuador como unidad poblacional y territorial.
En un mundo en el que los países pequeños vacilan entre la subsistencia y la soberanía, esos criterios políticos pueden hacer que decisiones que se toman sobre el valor de las obras de arte de sus pobladores, estén guiadas por búsquedas de configuración de otro tipo de territorios y mercados, que sobrepasan la dimensión de los países.
Se dice que todo arte es político, pero el significado de lo político es muy moldeable.
Uno de esos significados de lo político, es el sentido de pertenencia. Ese sentido de pertenencia afecta la forma en la que utilizamos el lenguaje y las estéticas, ya que estos elementos nos permiten buscar conectarnos con una audiencia. Esa audiencia, que inicialmente es imaginaria, puede buscarse de forma más activa dentro o fuera del sentido de identidad nacional, dependiendo de la capacidad que esa decisión tenga, de sustentar la actividad cultural en un territorio.
Santiago Gabriel Soto
5 de Septiembre de 2019

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