Escribiendo desde el arraigo

Este Día de los Difuntos hice un esfuerzo consciente por visitar las tumbas de mis abuelos Mario, en los Parques del Recuerdo (donde también está mi hermano Bernardo); y Fausto, en San Diego. Había estado pensando en la importancia que tienen los difuntos en la sociedad, por una pequeña investigación que estuve haciendo sobre la aldea de Cotocollao, cuando me di cuenta que el arraigo (ese sentimiento tan necesario y tan escaso durante los años más difíciles de la crisis) se puede combatir o atenuar con la relación que despiertan por la patria, nuestros antepasados. En esa búsqueda, algo que estuvo presente durante los días del feriado, di con un lugar que me recordó a uno de los mejores amigos que tuve y que murió joven, a los veinte y un años. Hoy nos juntamos con otro amigo de la infancia a recordar a nuestro compa en este mirador en La Floresta, un lugar que descubrimos con Gonzalo ya en nuestros años universitarios, en los que intentábamos apropiarnos de esta ciudad, gracias a que ya podíamos andar en carro. Con el Piura (apodo que le puse yo en la primaria a mi amigo Paulo) le dimos forma a nuestros recuerdos, ya con una mente más experimentada y adulta, sentados en este parque viendo cómo se entretiene ahora los chamos. En esos recuerdos estaban también, pegados, sentimientos de arraigo, de pertenencia y una noción de que ahora vivimos en un país más estable de aquel que le costó la vida a nuestro amigo. De regreso, en la moto de Paulo, tuve la oportunidad de observar la ciudad desde mi condición de copiloto y mientras lo hacía me sucedió algo inesperado. Me encontré a mí mismo. Me pude ver desde afuera. Pude ver mi historia impregnada en los rincones que recorríamos gracias al poder de los cilindros. Es un momento mágico ese en el que uno se da cuenta que como habitante de una ciudad ha llegado a cumplir un ciclo; una vuelta a la existencia que te devuelve la consciencia de tu presencia en esos espacios. Cuánto había ansiado yo ese momento! Como escritor, me era imposible terminar de sentirme cómodo, escribiendo desde el desarraigo. Escribo este texto para contagiarles de este sentimiento. Para decirles que sospecho que nos pasamos demasiado tiempo intentando ser algo que no somos. Esa es la parte incómoda de la globalización. Yo soy un hombre que salió de un colegio del norte de Quito, tratando de encontrar mi lugar en un mundo que de cerca se caía a pedazos y que a lo lejos se llenaba de promesas que a su encuentro quedaban lejos de ser lo que habían prometido. Soy un tipo que muchas veces caminó por Quito buscando algo mejor, buscando un lugar en el que pudiera disfrutar de cosas como pasear en una moto. Soy un tipo que se enamoró de una gringa y que se fue a buscar la alegría muy lejos. Soy un hombre que se cayó de ese andamio y que ahora hace canciones de amor con su hermano menor, en lugares pequeños, frente a públicos diversos. Soy yo, ese que anda por ahí, sabiendo que todavía le queda su familia y algunos muy queridos amigos. Y a veces, una tarde, eso es todo lo que se necesita para sentirse a gusto, en su propio lugar, ya sin tanto susto.

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