El lugar de los arquitectos

Cuando el presidente anunció que vendería uno de los aviones pensé:

Así como existe un grupo de alto rendimiento de deportistas, deberíamos tener un grupo de alto rendimiento de artistas que podrían utilizar el avión.

Me imaginé al Aguirre; a la Acosta; al Noboa; al Adoum; al Cepeda; al Benavides; a la Santos; al Pasquel; al Napolitano; a la Azín; al Pico; a la Badillo; al Sorzano; al Bomfin; a la Terán; al Bello; a los Meneses; a la Espinosa; al Landázuri; al Viñachi; al Ron; al Rosero; al Balseca; al Racines; al Donoso; a la Barragán; al Verdesoto, viajando por el mundo como reggaetoneros famosos yendo a congresos y eventos que dejaran por todo lo alto el nombre del país.

Entonces me di cuenta de que mi idea no tenía ningún sentido.

El país no necesita que los artistas estén ganando medallas en otras latitudes, al menos no el país que yo vivo cuando camino por Villas Aurora; por el Rosario; por Ofelia; por San José del Condado; Agua Clara; Quito Norte; Rumiñahui; San Carlos; San Pedro Claver; Andalucía; Concepción; Jarrín; Ponceano; Santa Anita de Singuna; La Luz; Baker; Dammer; Kennedy; California; Amagasí; el Inca; Los Laureles; Cochapamba; Altamira y otros barrios.

Caminando por Quito, se hace muy notoria la necesidad del arte público. Los artistas tenemos harto trabajo que hacer localmente.

En estos últimos años se dio un boom de la pintura mural en espacios públicos. Algunos de los nombres que coloqué arriba vienen de este momento. A eso le antecedió el interés por el cine nacional, impulsado por la escuela de Cordero, y antes de eso tuvimos el momento del rock/rap/reggae que coincidió con la crisis pero también con el apogeo de MTV.

Yo viví mi propio momento con la poesía, con nuestro colectivo, que se deshizo, implosionando, cayéndose a pedazos desde dentro. Así mismo, gracias a mi primo Fausto, pude observar durante años a los artistas escénicos, lo cual también me fue posible por mi maestro Pato.

El tipo de arte que ahora se necesita tiene que ver con otra de las bellas artes: una que parece haber sido cooptada por una industria que al ciudadano de a pie, ciertamente, le da miedo. Me refiero a la arquitectura, que vive encerrada en los confines de las grandes inmobiliarias, que así como aciertos, cometen terribles equivocaciones. Algunas de esas equivocaciones son monumentales cajas de fósforos.

Necesitamos que los arquitectos se apoderen de esta ciudad. Que diseñen y construyan, con su capacidad por imaginar el espacio, lugares en los cuales la comunidad pueda perder el miedo a encontrarse. Espacios que nos alejen del estado constante de alienación en el que nos tienen los teléfonos.

Uno de los argumentos que se han robado nuestra opción de disfrutar de este tipo de trabajos es el vandalismo. El daño que se les hace a las pocas piezas, fuentes, esculturas, instalaciones, móviles, plazas y monumentos, ha hecho que los quiteños nos rindamos a la belleza horrorosa de los muros con los que nos separamos.

El vandalismo, sin embargo, parece ser mayormente ejecutado por estudiantes de colegios, que aprisionados por las estructuras disciplinarias de la educación tradicional, tienen arrebatos de expresión que terminan convirtiéndose en una protesta constante e imborrable que termina adornando/asustando a la ciudad con sus garabatos.

No debería ser imposible conciliar las necesidades expresivas de colegiales y universitarios con nuestra búsqueda de ocupar espacios, plazas; piletas; teatros; conchas acústicas; parques; riachuelos; quebradas; canchas y demás lugares necesarios para que la comunidad viva en ellos.

Finalmente, durante la Fiesta de la Luz, el día de la inauguración, el ver a tanta gente caminando por esa gran obra de arquitectura que es el centro, era un atractivo casi tan grande como las piezas de video proyectadas en las fachadas de las iglesias. Qué falta nos hace encontrarnos!

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