Pura paja: el estilo de vida en F.R.I.E.N.D.S.

Aprovechando que alguien me dijo ayer que lo que escribo es pura paja, quisiera escribir algo sobre una paja de nuestra generación: FRIENDS.

En estos años de guerra cultural correista/anticorreista, uno de los ámbitos que más sufrió fue el estilo de vida al que muchos (de la antigua clase media) esperábamos llegar. Aquel retratado por la conocidísima serie que nos crió, casi tanto como los Simpsons.

En Friends, vimos a un grupo de veinticincoañeros disfrutando de tres departamentos en la ciudad, en los que compartían sus experiencias así como entraban en las aguas pantanosas de la treintena y la formación de sus familias. Con Manhattan de fondo, nuestras aspiraciones globalizadas nos llevaron a muchos a intentar vivir el sueño de la pantalla chica, aunque junto con ese estilo de vida también vinieran todas esas exquisiteces que nos hicieran renegar de esa misma serie, buscando sofisticar nuestros gustos, con barbas largas y vegetarianismo, nadando en las aguas del universo hipster.

Menuda misión la que emprendimos: ser como los gringos, pero renegando de los mismos. Vivir con esa contradicción metida en el pecho no se curaba con el correismo, ni con el anticorreismo.

Cuando regresé del posgrado, a los treinta años, el gran entusiasmo que había despertado el economista, se había convertido en un campo minado. Los mismos amigos que me llamaron el día de su victoria, ahora escribían en periódicos digitales o en el Facebook desde la resistencia al régimen que había conquistado a mucha gente que, en cambio, cuando este empezó, lo miraba con escepticismo. En mi universo cercano, la mayor preocupación era otra: mi viejo se había enfermado.

Con esa gran batalla por librarse y en medio del fuego cruzado de unos y otros, yo veía a mis proyectos sumergirse en el anonimato. Tanto esfuerzo se hundía como aquel bote pesquero en el que intentaban evacuar un grupo de muchachos en el film que Nolan estrenó este año. Muchas de mis aspiraciones veinteañeras tuvieron que cambiar. Seguí tocando mi guitarra, escribiendo y empujando mis obras, pero tuve que bajarme del caballo y caminar paso a paso. Caminé mucho, troté, cicleé, me volví un experto en los temas de la ciudad, pero pensándola desde mi barrio. La Floresta me quedó muy lejos.

Una de las cosas que se volvieron centrales en mi vida entonces, fue el vivir en la casa de conjunto en la que crecí, en Cotocollao. Este estilo de vida no tenía nada que ver con friends: muchos de mis amigos estaban ya casados o con guaguas y viviendo con sus parejas. Poco les podía importar el indie rock, el freak folk, o el cine ecuatoriano. Una generación de milenarios (mis primos más jóvenes) construyeron nuevos imaginarios. Las redes sociales permitieron a cualquier persona producir audiovisuales. A veces solo quedaba leer el diario.

Cómo se le llama a ese estilo de vida? Donald Trump diría: perdedores! Seguido por latinos, tercermundistas y todos los demás apelativos que no entran en el estilo de vida que Instagram nos dice que se puede tener en Brooklyn; administrando un hostal ecológico en los Alpes, o viajando en una van retro por Sudamérica, viviendo la versión fílmica de libro de Alex Garland, que Leonardo Di Caprio protagonizó. Ser mestizo, de una clase media atravesando una crisis de identidad, se convirtió en un problema de representación.

Fue entonces cuando el sueño de ser Chandler, porque Ross era muy ñoño y Joy demasiado descuidado, se esfumó. Se lo llevó el desagüe de la ducha. Esa misma que alberga los orgasmos reservados para la imaginación.

Alguna vez pensé que se podía escribir una versión ecuatoriana de friends, hasta que el Pancho y el Jaramillo salieron de Enchufe y lo hicieron ellos mismos. En mi versión de esa serie, los personajes, entrando a la treintena, vivían con sus padres habitando en el background, como un recordatorio de que el humor de nuestra situación yace en el contraste entre lo que creemos que somos y lo que encontramos, cuando nos recuerda inmigración, que la globalización, nunca incluyó todo el globo, ni a todos los humanos.





Santiago Soto
08/15/17

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