Entre la X y la Y estaba la H. La generación del Hiato.

No soy un milenario, pero tampoco un miembro de la generación equis. Entiendo como y porqué los unos vacilan la onda de un francés que le saca provecho a su lado ecuatoriano mientras compone sus beats electro-andinos, y como los otros vacilan el glam, el grunge y también el punk.

Creo que ocupo un espacio que se podría llamar crítico. La nuestra, podría ser llamada la generación cé.

La generación C (por el momento) aunque casi invisible, es la generación de la crisis.

Otra razón para usar la letra cé.

Acabo de encontrar el único cassette que todavía conservo. En este cassette, en el lado A se encuentra mi lado hipster: el EP de Aqua Velva, la primera banda del Pichu. Pichu era el nickname del Daniel Pasquel, mente y motor de Can Can y del estudio La Increíble Sociedad en el que grabamos nuestro disco. En el lado B, se encuentra mi lado pop: la banda sonora de la película City of Angels, que incluye a Fiona Apple, pero también a All Saints.

El único equipo de la casa antigua de mis padres que todavía reproduce este cassette está dando sus últimas patadas. Se prende y se apaga sin razón.

La Generación C, por su imperceptibilidad tiende a intentar apegarse a estas otras dos generaciones, cuyos gustos fueron y siguen siendo explotados de una forma olímpica. Se puede vender de todo con la etiqueta de la generación X, como lo sabemos por el concierto de Aerosmith/Incubus. Lo mismo sucede con los milenarios, como podemos apreciarlo con el Quitofest: un formato que logró lo imposible, mezclar a los rockeros del Sur de Quito y a los poperos del Norte (ese supremo Norte mental que se chorreó hacia los valles) y hasta logró hacerlo de manera sustentable, gracias al aporte de treinta dólares de su bolsillo. A los milenarios o les importan las antiguas divisiones y eso es algo que aplaudo.

Por ahí estuvo alguna amiga de la generación C, tuiteando con furia las faltas de etiqueta de los asistentes al Quitofest. Lo cual, lo único que me dijo, es que ella ya estaba un poco distante del target del evento.

Los de la generación C no tenemos un lugar en la ciudad, ni tampoco en el mercado. Fuimos la carne molida de la revolución ciudadana y también del mundo corporativo. Ya nos empezaron a salir canas hace algunos años; algunos ya se están quedando pelados.

No tenemos representantes en la asamblea, ni en los medios, pero casi todos, en Quito, pasamos por esa cadena de bares que fueron la Chicharra, la Bunga y el Aguijón.

Lo que me motivó a escribir esta nota, no fue realmente lo que estaba en ese cassette. Aunque sí me sirvió para entender el valor de la crítica a los hipsters: ser muy exquisito en tus gustos musicales te convierte en un huevón. Lo que me hace pensar que en lugar de la C para definir a esta que no sé si es una generación o una neurosis micro-colectiva, debería usar la H, o por último la P.

No por putas (como en la marcha de las putas que apoyo), sino por la expresión: Profeshor, pero esa expresión es muy chusca así que prefiero dar dos pasos atrás y volver a editar esta nota de facebook.

Lo que realmente me motivó a escribir esta nota fue un pequeño momento en el que se escucha a un radio difusor hablar, justo antes de que empiece una de las canciones, que ahora lo sé, grabé de la radio.

Cuando escuché su voz, tan acartonada y correcta, inmediatamente me vino una sensación que me sirvió durante toda mi adolescencia extendida para guiar mis pasos creativos.

Esa voz, era la misma que la de un vendedor de corbatas del centro. Ese centro de Quito absolutamente intolerante a aquello que se escapaba a un esquema moral que amaba su propia tradición. Solo que en este caso, mientras presentaba la canción, el radio difusor ejecutaba algo que creo que a muchos de nosotros nos resultaba incómodo.

A la vez que su voz nos hablaba de esa tradición moralista de nuestra ciudad, durante los noventas y principios de los dosmiles en los que nos volvimos el target del mercado, esas mismas voces nos vendían el entretenimiento empaquetado por las grandes corporaciones mediáticas como el nuevo maná del cielo.

Cómo era posible que sucediera eso? qué tenían esas producciones que hacía que Quito, esta ciudad tan temerosa de los extranjeros, se abriera como una flor sin pelo en pecho?

Lo que pasa es que en esos años, se volvió aceptable ser joven y rebelde si es que esas rebeldías nos llevaban a los locales comerciales a vestirnos con ropa cuyo valor más grande era su precio.

Así, en nosotros, los cé, o hache, o pé, se desarrolló la idea de que si es que lográbamos producir algo que sonara como esos productos empaquetados que venían desde la metrópoli, podríamos saltarnos el cerco de la clase, la moral y el dinero.

Somos una generación mutante, cuya identidad se trazó intentando surcar los arquetipos imposibles con los que nos medían.

En ese proceso, creo que nos perdimos. Por eso es que en la ola de entusiasmo que establecieron los vientos políticos de nuestro continente, no nos dimos cuenta de que los milenarios ocuparon todos nuestros espacios, sin que ese sitial que se supone que debe tener una generación en su juventud, pudiera haber sido ocupado realmente por nosotros.

En el casillero de nuestra foto en la pared de las identidades generacionales solo se puede apreciar el vacío.

Entonces vuelvo a la H, por su cualidad silente, por su valor en el hiato.

Somos la generación del Hiato.

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