Until it hit me

Estaba sentado en la sala de la casa de mi familia, viendo el árbol de navidad, con el ipod sonando a través de una parlantito que podía funcionar sin conexiones pero al que yo prefería utilizarlo usando un anticuado cable de un octavo. En ese momento me di cuenta de que me había convertido en un treintañero. Puesto una camisa que solía quedarle a mi papá, ya no pensaba en la nostalgia navideña porque el árbol me recordaba una nostalgia mucho más anaranjada y casi técnica, la nostalgia de la memoria que ha sido repasada innumerables veces mientras corro en el parque. Corro porque intento alejarme del envejecimiento. Una carrera que sé que no voy a ganar y el día de hoy mi regalo navideño empacado al filo del árbol sintético que se ha ido acortando con los años y la prisa a la hora de armarlo con mi madre, una de esas acciones que son las que construyen la verdadera navidad, mi regalo es el sentido de que ha pasado lo que ha tenido que pasar y mi barba, tan tupida como la de mi tatarabuelo el inspector de policía de ese Quito casi medieval del siglo diecinueve se siente como un escudo que me cubre contra las balas que vienen con las arrugas y las canas. En cierta forma es un alivio. Es un alivio el dejar de tener que despreocuparse, el dejar de tener que ser tan aventurero, el dejar de tener que acoplarse al bochinche con el que se promocionan los años universitarios y sus extensiones hasta el punto de robarnos toda la energía que tenemos para cosas como esta, para sentarnos a admirar un árbol sintético y darle vida. Dejar que le hable a uno de los veinte años que lleva posándose ahí cada diciembre, de la vez que me disgusté porque el reloj que me regaló mi padre alguno de esos años, era claramente uno que debieron haberle regalado a él. Quizá ahora ese reloj sería apropiado para mí y no este reloj amarillo fosforescente que es lo único que me dejó mi paso por la metrópoli. Eso y la noción de que tengo suerte de tener un hogar y una familia, pero también una casa, una calle, un barrio, una ciudad y un pasaporte. El país y el mundo están cambiando de ciclo y tengo ganas de imprimir mi marca, al que viene.






Santiago Soto
12/08/2015

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