Los artistas y el acceso

Hace unos años me compré unos zapatos Nike ochenteros, botines, inflados, de una combinación de colores muy llamativa. Zapatos que no se podían conseguir en Ecuador, diseños más o menos exclusivos de Nike.

Lo hice, después de que unos zapatos que compró mi papá en De Prati y que me regaló para que pudiera ir con zapatos nuevos al posgrado, acabaran su vida útil, después de pasar el primer invierno.
Recuerdo que fui a la tienda, a comprarlos, acompañado de la única amiga, afuera de mis compañeras de las clases, que pude hacer en la universidad. Ella era una chica de Etiopía, muy gentil. En la tienda, yo no me habría atrevido a comprar esos zapatos, pese a que me gustaban mucho, si no hubiera sido por ella. Me pasaba por la cabeza, que si me había resultado tan complicado comprarme zapatos por mi situación económica desde que me gradué de la licenciatura, no podía simplemente comprar el par de zapatos que me gustaran. Tenía que comprarme unos que fueran buenos para muchos usos.

Ahora, esos zapatos están muy gastados. Parte de los mismos está pelándose. Sus colores ya no son tan llamativos. La suela ha sido parchada. Perdieron su atractivo. Ahora son un par de zapatos viejos y ni siquiera muy cómodos. Ya no me dan ningún acceso.

Cuando yo hablo de acceso, utilizo este término de una forma particular. Lo hago para expresar el privilegio que tienen algunas personas en la sociedad para estar en contacto, familiarizarse, utilizar y sacarle provecho a ciertos objetos o elementos de la cultura que llaman la atención y causan un efecto de autoridad en quien los posee.

Esto es algo que he venido masticando desde que era un niño y empecé a observar cómo funcionaba nuestra sicología en torno a ciertos productos que además de su valor práctico otorgan un sentido de prestigio.

Las marcas y las empresas conocen muy bien este efecto y a través del mismo logran que sus productos tengan un valor superior al de otros comparables, pero no tan exclusivos.
Lo que más me molestaba de esta noción de acceso relacionada con la posibilidad de consumir ciertos productos es que por este sistema, nuestro grupo de niños se dividía en segmentos y causaba mucho sufrimiento y resentimiento.

Como artistas, también podemos utilizar esta noción de acceso para incrementar el valor de nuestras obras y desplazar a otros artistas que hacen cosas parecidas a las nuestras, pero que no gozan de la posibilidad de acceder a ciertos elementos que nos distinguen.

Aquí es importantísimo aclarar que esto no tiene nada que ver con la perseverancia, ni con el talento.
La Cultura (así con mayúscula) es un ámbito en el que tenemos que lidiar con condiciones dadas. Por ejemplo: un escritor tiene que usar un lenguaje que la gente entiende.

Hay otras condiciones dadas de la cultura que son mucho más sutiles y que los artistas usan para darse valor, a veces, de formas poco honestas con el público.

En el ámbito de la música, hay una frase que se utiliza mucho para celebrar un tipo de acceso. Se dice "todos los juguetes" cuando una persona cuenta con una serie de aparatos difíciles de conseguir que le van a permitir producir un sonido imposibles de lograr con instrumentos comunes.

Al igual que cuando éramos niños, los músicos que tienen acceso a estos juguetes, se benefician de la atención que los mismos generan y si estos deciden hacerlo pueden obtener espacios que otros músicos no pueden obtener, solo por contar con esos elementos.

Así, con los réditos de ese privilegio se pueden ir consiguiendo juguetes más difíciles de conseguir y con eso se puede incrementar la noción de acceso que ese artista tiene hasta llegar al punto en el que el tipo de música que hace está en otra categoría que las de sus competidores y entonces, ese artista podrá cobrar mucho más con el argumento de que su show es exclusivo.

Esto pasó hace algunas décadas, entre los cincuentas y los sesentas, cuando la guitarra eléctrica desplazó a quienes usaban la de palo. Lo mismo pasó en los ochentas con los sintetizadores, en los noventas con los amplificadores Marshall y en los dos miles con los de tubo.

Lo más triste de esta historia es que como muchos de estos elementos no se fabrican en nuestra comunidad, los artistas que acceden a los mismos pasan a formar una jerarquía que hace cada vez más difícil para los artistas locales el poder ser considerados como tal. Así, nuestra cultura va cediendo espacio a esta otra y se pierden nociones importantes que nos tomó mucho tiempo construir.

Una de esas, que es un privilegio del que goza el Ecuador, es la noción de mestizaje. Dado que nuestro país se encontraba en la periferia del Imperio Español, nuestra población pudo mezclarse mucho más que en los lugares en los que la presencia de la nobleza separaba más a los españoles de los indios.

Aún así nuestro país, a lo largo de los tiempos, ha sido sumamente jerárquico y clasista, estableciendo funciones para las diferentes identidades que lo conforman. Este ha sido un proceso de idas y vueltas. Han habido tiempos en los que la segregación se ha agravado.

Actualmente, en el contexto de la globalización vivimos un proceso delicado. Esta noción de mestizaje se enfrentó a una visión desde las metrópolis a la que le cuesta mucho entender que alguien pueda ser blanco y tener un hermano moreno. El ser mestizo no significa tener un color entre blanco y café, sino aceptar que se pueden tener hijos blancos y rubios así uno sea moreno y de cabello negro. Ser mestizo significa tener la posibilidad de ver a la gente independientemente del color de su piel. Es aceptar la diversidad y celebrarla.

En el ámbito de la Cultura, esto resulta confuso, porque hay muchas tradiciones que se relacionan con identidades determinadas entre otras cosas por ideas sobre la apariencia de la gente.

Así, desde una visión de la metrópoli se tiende a explotar en un país como Ecuador, lo que se considera que es su look más propio: un compendio de imágenes que van desde la vestimenta al sonido, pasando por los rasgos físicos, que se acomoda a las necesidades de diferencia que exige esa cultura de la metrópoli, de su imagen de sí misma. En la coyuntura actual, en el contexto de fuerzas identitarias como las que representa Donald Trump, podemos reconocer que esa cultura de la metrópoli tiene mucha dificultad con salirse del esquema de lo que se considera blanco.

De regreso a nuestra charla sobre los artistas y el acceso. Hay que preguntarse si el artista está utilizando estos elementos para establecer una noción de acceso que acapare la atención y sirva para minimizar el valor de quienes representan, con los juguetes menos sofisticados que usan, voces menos autorizadas para hablar el lenguaje de la metrópoli. Hay que preguntarse si el artista se está vendiendo como un vehículo hacia una identidad superior, a la que podremos acceder solamente gracias a que él tiene las credenciales para hacerlo.

Si ese artista está haciendo eso, es válido y es nuestro derecho preguntarnos si esa identidad que nos está vendiendo es una identidad incluyente o si nos pone en una categoría en la que solamente servimos mientras estemos pagando y obedeciendo.



Santiago Soto
12/02/2016

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