Desde la ventana

Desde la ventana de mi hermano, del cuarto que les ha pertenecido a mis padres, y de ahí a cada uno de mis hermanos en su momento, que apunta hacia el sur, sur oriente, desde aquí, lo que se conoce como El Rosario, un sector pegado al noroeste de Cotocollao, se puede ver a la derecha, el Pichincha, y los barrios pegados en sus lomas, desde San Carlos hasta el Pinar, y en el lado izquierdo, Collaloma, que está completamente cubierta de casas, edificios y galpones, entre los que se destaca la iglesia anglicana, que mucha gente conoce como la iglesia del techo rojo. En la punta de Collaloma se pueden ver unas antenas que emergen desde el otro lado.

Para mí, durante gran parte de mi vida, al otro lado de Collaloma, había pocas cosas que podía ubicar vagamente, entre las que estaba la zona en la que se encuentra mi colegio, la Academia Almirante Nelson, cerca de Solca, cerca de muchos otros colegios.

Detrás de Collaloma, entonces, se acababa la ciudad, se acababa este pequeño mundo llamado Quito.

Gracias al haber podido conocer Quintana, el barrio en el que vive una de las tías más queridas de mi novia, ahora puedo visualizar con claridad lo que está al otro lado de Collaloma. Desde la terraza de la casa de su tía, tengo una visión desde la perspectiva opuesta a la que hago de la loma desde la mencionada ventana.

Detrás de Collaloma, desde donde aparecen esas antenas, como un tejido de cemento, baja el Comité del Pueblo, que termina en una quebrada, frente a la cual se encuentra Quintana, como en una pequeña olla con una abertura que permite ver Carapungo.

Cuando digo Carapungo, recuerdo a un señor de apellido Caranqui que compraba algo en la fila de la Fybeca, antes que yo, hace un par de días, también pienso en los Caras, que según la historia vienen de Bahía de Caráquez y también pienso en el hacha de piedra que un tío de mi novia encontró en el ochenta, cuando cavaba en el jardín de una hermana, para ayudarle a construir su casa.

Cuánto tiempo me ha tomado el darme cuenta del valor que tiene observar esta geografía. Cuánto tiempo me ha tomado darme cuenta para qué sirve el observar estas montañas.

Observándolas, me encuentro.

Encuentro mi lugar en esta ciudad que ya es tan grande, que me hace sentir parte de cualquiera de esas historias que suceden en metrópolis, en las que el narrador, está perdido entre tanta gente, necesitando una forma abstracta de conectarse con la vida.

Esa vía es la cultura.

Hoy, mi padre hacía el intento de comunicarse con la editorial que publicó durante algunos años una revista cultural a la que él estaba suscrito. Estaba apenado al enterarse de su cancelación, hace ya algún tiempo. Yo le decía que me parecía que esa revista representaba una forma un tanto anticuada de pensar la cultura. Esa visión de pensar la cultura, la relaciono mucho con su generación. Es una visión de la cultura aún muy presente hoy, en ciertos espacios institucionales. Es una visión de la cultura bien intencionada, pero que utiliza categorías, que me hacen sentir fuera de lugar, aquí, en mi lugar. El lugar en el que he estado desde que nací, hace treinta y cinco años.

Esta ciudad grande, que ya no entra en el horizonte, es una ciudad que necesita de un nuevo vehículo cultural que les permita conectarse a quienes se buscan desde las ventanas, en las extensiones infinitas de la urbe.

Esta ciudad necesita una revista, o muchas nuevas revistas.

Quizá una de ellas tiene que nacer desde aquí, desde Cotocollao.





Santiago Soto
01/23/2017

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