Mi abuelo y el cine

Será que puedo resolver este misterio?

Mi abuelo Mario, nacido en el 27, admiraba el cine mexicano. Cuando íbamos a su casa en la Villaflora, su poderoso VHS, junto a un menos conocido Betamax, reproducía películas que él grababa de la televisión. Muchas de ellas en blanco y negro. Mi abuelo veía estas películas varias veces. Aprendía y desaprendía en ellas, una forma de vivir la vida; una idea de heroísmo y de la moral.

Para los niños, estos melodramas eran demasiado graves. Crecimos más cómodos que los personajes representados en ellas. Para nuestra comodidad estaba Disney. Para nuestra comodidad estaba Shirley Temple interactuando con unos patos animados.

La maravilla del cine era más potente en la versión americana, edulcorada por los efectos otrora manuales.

Mi abuelo, un hombre que trabajaba con las manos, admiraba la destreza. Su destreza, la de su mujer y su familia y el crecimiento del país desde finales de los sesenta, habían convertido esa pequeña casita del extremo sur de Quito en los cincuentas, en un pequeño y sólido edificio.

Esto, hizo que mi lectura del cine estuviera atravesada por ese sentido que colocaba lo mexicano cerca de mi abuelo y lo americano a lado mío. Lo mexicano y los mexicanos representados con pistolas y con bravura eran menos entendibles desde la perspectiva de un niño al que le gustaban desde siempre, ver patos dibujados.

Yo nací en los ochentas: la década que enterró casi por completo el cine latinoamericano, que algunos años antes había vivido un momento de gran esperanza, cuando García Márquez ayudara a fundar la escuela de cine en la isla más famosa del caribe.

Los ochentas hicieron decrecer la producción cinematográfica de las potencias latinoamericanas: México y Argentina, en una proporción desproporcionada. Solo unos poquísimos nombres pudieron seguir filmando. La crisis financiera que empezó con el tequilazo (cuando los mexicanos se dieron cuenta de que no podían pagar la cuenta que les abrieron sus vecinos), fue arrastrando una tras otra las ilusiones latinoamericanas, que como en la casa de mi abuelo en la Villaflora crecieron con los aires del dólar a precio fijo de los años setenta.

Así, las películas de la India María, eran unas de las pocas franquicias que se anunciaban en los cines de barrio en Quito.

Realmente querías ver las películas de la India María? Eran películas insultantes.

(En esta parte de este artículo, un hipotético Diego sufre una duda: es esta una teoría conspirativa? Dónde está el control)

Para cuando mi abuelo murió, en el 2008, yo ya llevaba un año de graduado de la licenciatura en cine y de otra en dibujos animados (los domingos en la Villaflora influyeron mucho más en mis decisiones educativas, de lo que yo mismo hubiera esperado).

En la escuela, el ambiente había sido más bien práctico. Los títulos decían cine y animación, pero en realidad debieron decir shooting board artist o asistente de producción para comerciales (en productoras famosas por atrasar infamemente los pagos). En boca de un profe que llegó a decano de otra escuela:

De gana les hacen creer que van a hacer películas de animación, ustedes están para hacer motion graphics. Es decir, para hacer que un logo se pasee de un lado a otro, al final de un comercial malo.

Vuelvo a la frontera. Esa que quedaba entre el cine mexicano y las películas de Disney y me acuerdo de este profesor y le dibujo con cara de pato al costado derecho, junto a Shirley Temple.

El tipo, siendo sinceros, tenía un problema sicológico asociado con un eurocentrismo, no tratado.

Cuál es la diferencia entre el animar un logo y escribir un guión? Ambas son posiciones dignas. Sin embargo, el despreciar la capacidad de crear contenidos, conceptos, narrativas y personajes, para centrarse solamente en aspectos técnicos, formales y estéticos decía de la poca fe que este profesor llegó a tener, en las voces de quienes tenía a lado.

Era un tipo alienado.

Por eso mencionaba arriba que mi abuelo veía una y otra vez las películas de la época del cine de oro mexicano para aprender y desaprender, una y otra vez, un heroísmo y una moral con la cual se enfrentaba a las máquinas en las cuales doblaba discos de aluminio, hasta convertirlos en lámparas, ollas, pailas, achioteros y juguetes para niños.

Así como mi abuelo encontraba su moral en esos héroes mexicanos, yo lo hice viendo a los Xmen en cómics en inglés y ahora muchos chicos lo hacen con esos mismos héroes de marvel, doblados, con subtítulos o en idioma original en Blue Ray, en las reuniones familiares, mientras los adultos bailan música latina y toman algún trago.

En esta época en la que el presidente de la cabellera falsa sale en la tevé a homenajear a los malos de la Segunda Guerra, es ingenuo pensar que Iron Man, con su famoso sarcasmo y amor por el dinero vaya a ser representado quitándole el peluquín al chauvinista facho.

Cómo van a aprender los jóvenes a defenderse de los prejuicios y la explotación, sin héroes que vivan en su lado de la frontera.

América es una: la de todos. Sin embargo hay quienes la imaginan exclusiva y excluyente.

Cuál es la que queremos?

Síganme los buenos!



Santiago Soto
01/24/2017

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