La importancia de conectarse con uno mismo andando en bicicleta

Desde que me lesioné la espalda por trotar sobre el pavimento del aeropuerto tuve que volverme un ciclista asiduo. En realidad tuve que volver a convertirme en un ciclista asiduo. Uno de los beneficios de crecer en un conjunto de casas seguro durante mi infancia y adolescencia fue que pude pasar mucho tiempo en la calle, andando en mi bicicleta. A la vez, hubo un par de años en los que me recluí en casa, víctima de una afición poco saludable por el super nintendo. En cierta forma eso marcó una percepción de mí mismo que desvaloraba lo que había aprendido y seguí aprendiendo en mis años de guambra de los condominios Los Reyes, uno de los conjuntos más lindos de Cotocollao.
Dos décadas después, en mi bicicleta, dando vueltas al parque Bicentenario logré sintonizarme con mi identidad, con la confianza que me dio el mover el cuerpo para conocer a la gente que vivía conmigo en ese conjunto, niños de familias de todos los rincones del Ecuador, que me permitieron superar muchos de los prejuicios con los que se crían los niños que no pueden salir de casa.
Sin embargo, todos los beneficios de haber crecido en esta situación en Cotocollao se enfrentaron a una realidad que no fue muy fácil de atravesar. La noción de que la ciudad, nos ponía a nosotros, los habitantes de este pueblo convertido en suburbio de Quito, en una posición de vulnerabilidad en un juego de poder económico, simbólico y social. Así, se convirtió en un mantra para nosotros el deber de escapar de este pueblo perdido en esta ciudad cruel, racista, clasista y prejuiciosa. Se convirtió en una misión de vida el no dejarnos tragar por los problemas del barrio, por la mala fama de los hombres y mujeres simples que lo habitaban. Y sobre esto, nadie dice nada.
Ahora, como adulto, más consciente de las fuerzas que moldean una sociedad, he podido valorar este lugar y aceptar que es desde aquí que tengo que empezar. Los problemas simbólicos, esa batalla que parecía perdida (hay que tomar en cuenta que uno de mis mejores amigos murió en este barrio sin causar mayor suceso), es algo que ha empezado a cambiar. Parte de eso es una batalla mucho más pequeñita y que se pelea en una bicicleta vieja, como lo hiciera el Quijote en su caballo Rocinante, es la pelea por la identidad y el autoestima. 
Si uno logra sentirse dueño de sus huesos y de su carne, tiene la oportunidad de dar batalla y ser feliz en la vida.

Santiago Soto
07/20/2016

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