El génesis de los hipsters

El génesis de los hipsters puede haber sido abordado muchas veces en otras geografías. En el caso de la nuestra, me parece interesante tratar de entender esta subcultura de la que formo parte, desde nuestras particularidades.

Esta mañana, mientras corregía a mano el mural que estoy haciendo en nuestro estudio de producción musical y gráfica: el Plantas Deluxe Studio Indie, me daba cuenta de que el trabajo con materiales reales, en lugar de digitales, implica el tener que considerar el tiempo que se toma una capa en secarse, para poder pintar sobre ella. El uso de materiales reales modifica por completo la experiencia de producción artística, cuando se lo compara con el uso de la memoria digital, sobre todo en la forma en la que el tiempo modifica nuestra forma de trabajar.

Qué tiene que ver esto con los hipsters?

Para empezar, mi primer contacto con un hipster fue en el invierno de dos mil cuatro, en Wisconsin. Donde fui a visitar a una gringuita de la que estaba muy enamorado, antes de ir a hacer mi intercambio universitario (ya un poco atrasado puesto que lo realicé después del cuarto año) en California.

Su hermano, que se llama Ben, me recibió con una barba casi tan larga como la mía. Ya era mi segunda visita a Wisconsin en medio de mis enredos amorosos interculturales. Estaba ahí para pasar la navidad con la familia de esta chica.

Ben tenía ya unos veinte y ocho años. Se había graduado de artes en la universidad estatal de Minneapolis, especializándose en escultura. Después de esto se había dedicado a viajar por los Estados Unidos. Contaban que al final de su primer gran viaje, había regalado el auto que sus padres le dieron como premio por graduarse de la universidad. Ben era también un músico aficionado de folk y guardaba en una maleta (concepto clásico de maleta sin rueditas) una colección de grabaciones de artistas completamente desconocidos para mí. Yo había sido un consumidor asiduo del mainstream musical hasta esa época.

Yo venía de un escenario muy distinto a aquel pueblo pequeño de Wisconsin con su ambiente de película suburbana de encuentros del tercer tipo. En mi Quito de los tempranos dosmiles y en especial, en esa Cumbayá desconectada de las bullas de la ciudad, el boom digital estaba en pleno vuelo. Yo me había dejado seducir por el mismo, cuando vi el cortometraje que un profesor presentaba en la mesa en la que exponía el enfoque de la carrera a la que accedería a ingresar: una licenciatura que mezclaba las artes y la imaginación con los últimos avances tecnológicos.

La densa barba que lucía durante ese invierno en Wisconsin se debía a que, paralelamente a mi estudio de artes digitales, cursé varios semestres de artes escénicas en mis horas extras. Actividad para la cual, mi profesor de teatro, me acostumbró a lucir una barba que me hiciera parecer más viejo. De ahí en adelante, el dejarme la barba de vez en cuando y hasta el punto que quisiera, se volvió parte de mi vida. Mi barba tenía un origen distinto a la búsqueda identitaria de Ben.

Lo que yo notaba en Ben, era una búsqueda de identidad distinta a aquella del crecimiento económico que propiciaron las industrias tecnológicas en Estados Unidos y el mundo a partir de la llegada del internet. Para el dos mil cuatro ya se había vivido el desgaste de la primera burbuja económica relacionada con las empresas virtuales. La fe en el poder de la realidad expandida por las computadoras, ya había mostrado sus graves inconsistencias. A la vez, el avance de la industria del valle de silicón, en los mismos Estados Unidos, ya había dejado sin-razón-de-ser a muchas profesiones y oficios. Algunos de ellos los artísticos, en los que Ben se había formado.

Para hacer un paralelo con lo sucedido en tierras ecuatoriales, es interesante el giro que tomó la historia cuando ese mismo profesor que me había convencido de estudiar artes digitales, al cabo de un par de semestres, se desplazara hacia Estados Unidos, para estudiar pintura de una manera clásica, y al volver nos guiara con una visión un poco más cauta con respecto a la solidez de las herramientas tecnológicas.

Esto me hace pensar que el origen del hipsterismo en la forma en la que yo lo puedo percibir y vivir, tiene que ver con la desilusión y la posterior cautela que surgió del encuentro con las consecuencias del impacto de la industria de los bits. El hipster, entendido de esta forma, más allá del uso de las barbas (rasgo cosmético adoptado por los yuppies de esta época) tiene que ver con la búsqueda del uso de los soportes tradicionales (como los cassettes en los que Ben grababa a los artistas que conoció a lo largo de sus viajes), como mecanismo de defensa frente a la capacidad de la realidad virtual, de tragarse nuestras existencias.

En el caso del Ecuador, pero particularmente, en el de Quito, encuentro en el movimiento de artistas callejeros, grafiteros y muralistas, un espíritu similar al de esta búsqueda de los hipsters norteños. En el sentido de que el trabajo en la pared, con todas las condiciones que el actuar sobre un soporte físico y público implica, permite que los artistas interactúen con la naturaleza, desprendiéndose de la manipulación del tiempo, que los medios digitales, implican.


Ben en diciembre de 2004

Santiago Soto
09/08/17

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