El canon de la realidad (la identidad como un ingrediente no negociable en el arte)

Voy a dedicar estas palabras a un tema que me topa de manera especial, en el ámbito más cercano. Por lo que lo voy a hacer de la forma más considerada posible.

Algo que se ha vuelto de interés particular para mí, durante estos últimos años, es la relación que tienen las personas que están cerca de un artista, con su trabajo, con las piezas que crea, con su obra.

Para ser un artista, hoy en día, hay como estudiar. Esta es una profesión como cualquier otra, que atraviesa un camino normado en el que se recogen las pistas que hacen del oficio algo que se acopla, en lo posible, al sistema que articula la economía de la sociedad en la que se vive.

Así, indistintamente de la valoración que una sociedad tenga sobre la producción artística local, cuando una persona se forma como artista, en cualquiera de las disciplinas clásicas o contemporáneas, lo hace dándole salida al impulso de la familia en la que se crió, de superarse. Es un camino tan válido y tan necesario para la sociedad, como cualquier otro.

Durante una parte de ese trayecto, se atraviesa la nube de las ideologías. Estas son territorios en los cuales, diferentes grupos, construyen los preceptos que los identifican y con los cuales compiten con otros para acaparar ciertas instancias que controlan el convivir. Es un tiempo de definiciones y búsqueda de empatías que parte del ejercicio intelectual; de la lectura del convivir que se puede hacer, desde la esquina del ring en la que se vive.

Después de esta etapa en la que uno aprende a distinguir las diferentes ideologías que pululan en nuestra Tierra, viene la realidad en un sentido más directo. Esa realidad es única para cada ser humano. En el caso de las artes, esa realidad, como materia prima producida por la experiencia vital, se transforma y se expresa en los soportes que el artista ha aprendido a dominar en base a su formación, su investigación y su experiencia.

Es aquí cuando me interesa llevar la mirada hacia la relación entre el trabajo que produce un artista y la comunidad que está cerca de su trabajo; que convive con el mismo.

Hace pocas semanas, una amiga me dijo que le parece que lo que escribo es pura paja. Lo que me sirve como ejemplo sobre una de las posibles reacciones frente a uno de los oficios que tengo, el de escribir. Hay gente que va a entender el trabajo artístico de otros, como un ejercicio de onanismo, que no logra interactuar con la comunidad.

En este caso, lo que se está castigando es la incapacidad, de ese trabajo, de generar un beneficio perceptible para quien lo utiliza.

En el contexto de mi familia, por otro lado, cuando pinto siempre obtengo una respuesta negativa de mi papá. Mi papá ya es una persona mayor. Está en una edad en la que es muy importante para él decir y hacer lo que quiere. Sufrió una enfermedad muy dura y esto le hizo valorar mucho su vida. Yo me relaciono con él, consciente de este cambio en nuestra conexión. Ahora ya muy distinta a aquella que tuvimos cuando yo era un niño o un muchacho y él cumplía con su rol de padre, desde el impulso y la motivación, como un coach.

Este súbito aparecimiento de su sinceridad, en realidad es algo que me ha servido mucho, como lo notarán quienes se dedican al oficio de generar imágenes. A la final, no podemos obtener mucha información de alguien que solamente se dedica a reaccionar a nuestro trabajo de una forma automática, con un me gusta (real o digital).

Mi papá es un médico que como muchos de sus colegas, viaja por el mundo gracias a los congresos a los que es invitado. Es un gran aficionado de las artes y en especial de la pintura. Por lo que conoce museos famosos, y muchas veces trae, de estas visitas, reproducciones que después enmarca y cuelga de las paredes de la casa que mi madre construyó para ellos como pareja, ya no para nosotros como familia. Ya estamos grandes.

Esta situación me sirve para desarrollar una mirada crítica sobre mi oficio de fabricante de imágenes, el cual puedo ejecutar a través de varias técnicas, gracias a mi formación y a mi vocación multi disciplinaria.

Como artista, yo puedo mejorar mi técnica, y en el camino voy a mejorar mi técnica, en tanto yo practique y tenga acceso a información que me permita hacerlo. Hay otro componente de la creación que también puedo modificar. Puedo cambiar la energía con la que fabrico las piezas que hago. Si es que quiero que mi trabajo sea trascendente, tengo que crear obras que perduren en el tiempo: periodo en el cual otras personas estarán expuestas a la energía que dejé plasmada en ese trabajo.

Finalmente, hay otro ingrediente de la producción artística de un autor, que no puede ser modificado y que no es negociable, con respecto a la relación que una obra puede tener con su público, con el lector, el observador y finalmente el cliente. Esto tiene que ver con esa materia prima de la que hablo arriba, tiene que ver con la realidad.

Un artista plasma la realidad perceptible por sus sentidos y modificada por su mente, a través de diferentes técnicas, en los soportes que la captan. La realidad es entonces, más allá de las ideologías (las formas de interpretar la realidad) una gran parte de lo que va ha volcarse en un lienzo, en una página, en un frame o en un bit.

Como artista de un país en vías de desarrollo, que está configurando su identidad, esa realidad se convierte en una zona de fricción con la audiencia. Puesto que, y en Ecuador esto es especialmente crítico, la audiencia está expuesta a muchas representaciones de otras realidades, algunas de las cuales ya han llegado a constituirse en cánones con los que se mide la idea de la belleza.

Como artista ecuatoriano uno compite con un canon, ya establecido en la mente de su público, de una técnica, pero finalmente y de una manera mucho más apabullante, de la realidad.

El público desea encontrarse con una realidad que el artista ecuatoriano no puede utilizar como materia prima, porque esa no es su realidad.

Es así como mi padre se ensalza con las pinturas de Van Gogh, pero tiene muchas dificultades para encontrar valor en los trazos que realizan mis manos desde niño, pero también aquellas de muchos otros artistas locales que desconoce y por ende, a los cuales tampoco les para bola.

Esto nos lleva a reflexionar sobre uno de los propósitos más interesantes de la práctica artística, al menos desde esta óptica tan particularmente ecuatoriana.

Los artistas estamos creando una realidad perceptible a través de nuestras obras. Los artistas ecuatorianos estamos transformando la realidad que vivimos (y que muchas personas no quieren admirar por mucho tiempo) en obras que pueden tener la capacidad de transformarla.

La mejor forma que tuve de explicarle esto a Doña Anita, mi amiga y una de las pocas personas que me escucha, fue con la metáfora de la planta de papas que ahora crece en el huerto, afuera, en el jardín de la antigua casa de mis papás.

Yo podría verle la fealdad a esa planta. Antes de sembrar papas, intenté sembrar flores, pero esas semillas no germinaron. Mi propósito creando un huerto en mi casa, fue ayudarme a obtener algunos productos que compro en el mercado. La papa ciertamente es una ayuda.

Si es que yo no soy capaz de ver la belleza de esa planta de papa, puedo seguir intentando sembrar flores. Pero si es de esa planta de la que tengo que comer, entonces, más me vale empezar a encontrar la belleza que tiene esa planta.

Eso mismo pasa con nosotros, los artistas ecuatorianos. Puede ser que nuestros compatriotas no quieran apreciar la belleza presente en nuestras obras. Frente a eso podemos mejorar nuestra técnica, también podemos hacer las cosas con más cariño, impregnar a nuestras obras de una mejor energía. Lo que no podemos cambiar y no debemos cambiar, es esa materia prima, la que se impregna en nuestros sentidos y encuentra su camino en la expresión artística. La realidad, nuestra realidad, es la única que tenemos, como pueblo y como personas, y si queremos mejorarla, vamos a tener que empezar por observarla.





Santiago Soto
09/12/17

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