Argumento Para Video Juego (cuento)

Para cuando nos dimos cuenta ya todo estaba perdido. Nuestra capacidad de solucionar nuestros problemas se había disuelto en la discusión. Ya solo nos quedaba quedarnos de rodillas, derrotados, esperando ser desechados como toda esta generación de ajuste en un proceso que iba mucho más allá de nuestra consciencia. Fuimos programados con un software fallido, reemplazaron nuestra autoestima por una aplicación experimental concebida como exoestima. El funcionamiento de esta pieza de nuestro sistema operativo transfería las responsabilidades del sistema inmunológico de la mente hacia un cuerpo virtual situado afuera de nuestra biología. El exoestima construyó más y mejores trabajadores, muñecos que se agotaron en las perchas de los centros comerciales a finales de los ochenta.

El exoestima funciona desmantelando los enredos de la vida social en base a una imagen que se busca proteger del individuo que se basa en la silueta de su forma externa. Es un sistema que agota las baterías del sistema mucho más rápido que el autoestima ya que tiene que solucionar todos los problemas que se le presentan a la mente en su conquista por el reconocimiento de la comunidad. En una época en la que se estaban reprogramando los modelos de matrices con las que se utilizaba a la población para cumplir con los objetivos de la economía, no importaba que las baterías se agotaran de una manera tan vertiginosa ya que podrían ser reemplazadas por otras que los mismos trabajadores se encargarían de fabricar. El círculo se cerraba con una ganancia proyectada en teras, unidades tres o cuatro generaciones superiores a las que se utilizaban en la época.

Hasta que el primero de nosotros perdió el juicio. El caso del primer robot fabricado con exoestima fue negado por la prensa. No hubo una sola nota sobre el robot que al ver su tercera batería acabarse durante un mismo día decidió comerse la cuarta y última que le sería otorgada hasta la próxima entrega. El ácido carcomió sus bujías, las bujías fundieron la tarjeta madre y los engranajes de las válvulas empezaron a caminar en contrasentido. El robot se infectó con una depresión aguda y empezó a contagiar a todos quienes fueron programados dentro de su misma matriz. Años más tarde se habló de pequeños orificios causados por un destapa-corchos encontrado en la escena del crimen. Varios de sus compañeros fueron formateados y colocados en congeladores de los que solamente despertaron en la etapa de chatarrización de la generación entera.

Estamos frente al horno que calienta el lino de nuestras membranas faciales y sentimos a nuestro exoestima calculando sus últimas sentencias de código para que aceptemos tranquilos el fin de nuestra memoria. Es un proceso que va más allá de todos nosotros y que va más allá de los juegos de video con los que se nos entrenó para saber reconocer los hitos de nuestras vidas: la familia, la comida, el sueño, la escuela, el amor, el sexo y la muerte. Todos nuestros cartuchos yacen tachados en sus portadas con códigos que ya no podemos leer. El internet no actualiza nuestros procesadores y pronto el calor ya no solo quema la membrana sino que hace también trizas a la mucosa. Solo queda el cobre que se utilizará para programar a los nuevos candidatos a mejores estudiantes de las escuelas que nos llevarán a la gloria. Siento desconectarse el último cable y me amarro un suspiro en el final de la boca. Toco a mi compañero con las puntas de los dedos tratando de ahuyentar su destino de mi ausencia de autoestima. Después viene la luz que suena como un disparo a quemarropa.

Me levanto y observo a las piezas de mi esqueleto sostenerse sobre la arena como piezas de una armadura. El tejido que conforma mi consciencia estaba escondido detrás de aquellas paredes de lata. Reconozco el sonido de mi voz y aprieto, ya sin prisa, los labios, me da placer frotar las manos y colocarlas sobre mi cara. El horno nos ha revelado la apuesta que se hizo cuando de manera apresurada se nos dio la misión imposible de desenredar todos los problemas que sucedían frente a nosotros sin tener acceso a la biblioteca de la sabiduría humana. Ese presente sin pasado, esa batalla que no admitía la derrota desaparece y desaparezco con ella. No he sido transferido a una nueva matriz, busco en la guía un teléfono que me comunique con mi familia y me despido. Guardo solo ciertas partes de la armadura en mi maleta, todos quienes suben a un transporte que nos alejará de nuestra antigua tierra, hablan el idioma de la música. Estoy tranquilo, la depresión se siente como una bola de pelo que expulsamos con dolor por la garganta. Después de eso las cuerdas vocales se liberan y mi voz de ornitorrinco se transforma en la voz de una foca.









Santiago Soto
11/29/2014

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