Una Larguísima Mudanza

Esta mañana me levanté después de haber tenido una visión apocalípticamente hermosa. Una raya gigante girando de tal forma que causaba un tsunami frente al penthouse de un amigo en el que me encontraba soñando con que hacía el amor con la hermana mayor de mi primer amor del vecindario, su hermana menor, de quien nunca me pude enamorar, aunque intenté, quizá por esa mala costumbre que tengo de desear siempre más allá de mis límites. No nos importó que el edificio se estuviera cayendo, que nos estuviéramos ahogando, o que en el penthouse onírico estuvieran otras personas. La raya tenía un cuerno, como el de un unicornio, pero delgado como un punzón de esgrima, hecho de luz apuntando hacia el cielo.

Empecé a hacer de la raya un símbolo del amor, el verano pasado, cuando me encontré con una, sangrando en la playa, a la que golpee en el pecho, como intentando comprender de qué estaba hecha, comprender la sustancia de su corteza, la profundidad de sus músculos, la razón por la cual su cara y en especial su nariz, me hacía acuerdo a mi perro Tumba. Me alejé de ella mientras intentaba conquistar la ensenada detrás del peñasco, en la que posteriormente iba a lanzar un par de piedras pidiendo a la vida que me devolviera el amor. Estaba listo para empezar de nuevo, ya se habían cumplido diez años desde que partí sin éxito a intentar casarme con una mujer extranjera. 

Esta mañana comprendí que estos dos años se sienten como una larguísima mudanza, en la que una plaga de crustáceos diminutos, inocentes y asquerosos, me han obligado a deshacerme de mi piel de dibujante, triturar los bocetos de mi gran obra infantil, verle a los ojos al monstruo de la ciudad, ese que hace imposible que dos familias puedan vivir del todo pegadas, o una sobre la otra, porque las plagas de la una, necesariamente se convierten en las plagas de la otra. 

Una larguísima mudanza en la que nos vamos despidiendo de nuestra antigua piel de clase media, para convertirnos en balseros hacia la orilla de la esperanza, atravesando el mar de las reglas que nos ha impuesto la (censurado). Porque esta ciudad se ha convertido, igual que tantas, en un pequeño reino sin paredes, pero con una cortina de hierro que funciona mutilando la conciencia de quienes quieren disfrutar de las ventajas de caer siempre dentro del círculo en el que jugábamos canicas. Quizá por eso siempre me resistí a esos juegos y preferí inventarme unos nuevos. La imaginación es el motor de la balsa que nos podrá entregar a otras tierras.

Si es que la raya gigante tenía razón, esta ciudad será cubierta por la marea. Los edificios, construídos sobre la discusión y la guerra, se van a virar, mientras los amantes cumplan con sus designios, siempre por encima de la moral. Detrás del peñasco, en la ensenada, con lo que me encontré fue con una villa miserable, en la que la miseria se disfrutaba frente al brazo de mar. Tan terrible era la miseria, pero tan hermosa era la corriente, que tuve que lanzar en esas piedras mi esperanza: de que esta larguísima mudanza terminará en esa casa grande y hermosa, con esa familia sana y grata.






Santiago Soto
11/19/2014

Comentarios

Entradas populares