La Ciudad Grita

La portada de la revista Hola muestra a la crema y la nata del cine nacional vestida de gala, distinta de sí misma hace pocos años cuando la política estaba de moda, como lo estuvo el punk en la escena local a finales de los noventa. Todo es moda, moda que viene, moda que se va. La moda de hoy es la violencia.
A pocas cuadras del supermercado en el que contemplo la revista sellada, un par de batracios repiten la danza de los escorpiones, ensayando un enfrentamiento que gracias a Dios no sucede. En medio de los metrobuses y la gente que intenta seguir con su vida, las motocicletas, los taxis, los transeúntes, las niñas que llevan guitarras a sus espaldas, el par de escorpiones escupe la rabia que desnuda su desnudez ante esta ciudad salvaje.

En la esquina no se vende ya el periódico, ni el oficial, ni el de oposición, en su lugar se encuentran infinitas reproducciones de los rostros dolientes de Guayasamín. Es una fila de lienzos ocres que sudan smog, de la misma forma en que el guatón que se arrima a la reja del almacén de electrodomésticos, suda el licor que le permite falsear la pose del tipo duro. Un hombre asustado camina detrás de su perro, también falseando la pose, en este caso usando el paso del asesino, el que está listo para saltar al cuello de quien se le oponga. Un adicto repite en voz baja que necesita unas monedas, más luchadores de la calle, se pasean frente a él, haciendo gala de su paseo sabatino. 

En la mañana el presidente grita frente a cien mil personas, y la gente le responde. Hay una ama de casa, un dirigente laboral, está también la presidenta de la asamblea que hace una semana cumplía con sus labores de madre en un colegio de clase media. 

Es esa clase media, precisamente la que ha desaparecido, o al menos esa que se encuentra bajo tierra, o detrás de tres mil rejas, o detrás de cuatro llantas más pesadas que su cena navideña. 

La ciudad grita violencia, como lo hace Buenos Aires en los ochentas- intuyo por la canción de Soda- yo camino por sus calles con los nervios de punta, agradecido de no tener que tomar otra decisión que el escoger el tipo de pan que voy a comprar con los centavos que me sobraron comprando carne en el supermercado. 

La ciudad aulla, la ciudad me cuesta, la ciudad está pariendo rostros como el del Robert De Niro en su historia de taxista, llenos de furia, listos y dispuestos a solucionar este terremoto, con sus propios estertores. 

En la rama del álamo que encarna mi lugar en la familia, una pareja de mariquitas copula. Lo hace mientras anda, la hembra recorre las ramas tratando de encontrar una hoja en la que pueda recibir el amor tranquila.

Yo me encuentro en ese amor de insectos y comprendo porque esta no es una ciudad para tener familia.






Santiago Soto
11/15/2014

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