Del grunge, a nuestra propia escena alternativa (artículo)



Cuando éramos chicos, no todo el mundo tenía televisión por cable. Así como no todo el mundo tenía queso crema Philadelphia, o cualquiera de las otras golosinas con marcas gringas, en su cocina y en su comedor.

Cuando pienso en estos temas, como adulto, y también como artista y académico, me pregunto si es que esa fascinación con los Estados Unidos estuvo en cierta forma relacionada, no solo con las historias de los migrantes que crecían mientras sus familias en Quito se estancaban por la crisis de la deuda que vino después del boom petrolero de los setentas, sino también por las secuelas de haber sido dominados por los nazis, digámoslo así, que ejecutaron la operación Cóndor, en el contexto de la guerra fría.

Será que de alguna manera, la recompensa por haber obedecido a los verdugos de tantos jóvenes idealistas en el sur del continente, fueron esos manjares americanos y esos entretenimientos sofisticados, que los latinos, normalmente, no disfrutaban?

En realidad, esas lecturas son un poco ajenas a la vida de unos jóvenes, que tenían solamente rezagos de las historias, aún, de las desapariciones del tiempo de León y sus escuadrones volante. En los ochentas, en Quito, la alienación era necesaria, para poder hacerse de la vista gorda frente a la realidad de tantos y tantos seres humanos que habían quedado en la pobreza, cuando la plata del petróleo, mágicamente, dejó de ser un recurso del estado y vía deuda se convirtió en el mecanismo de enriquecimiento, no solo de esas empresas petroleras extranjeras, sino también de algunos ecuatorianos, que por razones siniestras se decidieron sumar a esa forma de desfalco del país.

Todo esto en realidad es un misterio.

Lo que sí está ahí es el efecto que esas condiciones tuvieron en la cultura juvenil. Porque los jóvenes en los ochentas, en Quito, al menos de una parte de Quito, siento que entraron en conflicto con ese crecimiento de la ciudad, tan numeroso, que fue desplazando ese sentido de pertenencia, que tienen los habitantes de las ciudades más pequeñas en la sierra. Ese sentido que les hace, muchas veces, a los jóvenes varones, buscar alejar a los forasteros de sus mujeres y sus espacios. Como en un película mala, de vaqueros.

Algo de ese Quito se trasladó a los valles, ya desde ese tiempo y en ese traslado, al igual que a los barrios nuevos buenos, como el Quito Tenis, o la Carolina, se dio este proceso difuso, de una nueva etapa de la quiteñidad, con aires de americanidad. Era una nueva época y el materialismo, que es una parte tan clave del ser americano servía para cubrir los problemas sociales. El cuánto tienes, cuánto vales, reemplazó al antiguo ethos de esa sociedad segregada de la sierra.

Hasta que ese materialismo se fue en contra de todas esas construcciones, vaciando las cuentas bancarias aún de las familias acomodadas, con la crisis de los noventas.

Yo me apego al tema de la cultura, porque sé que si se torna esta conversación en algo político, ya vendrán unos y otros a defender sus teorías de la guerra fría sobre procesos europeos, de los cuales conocemos poco o nada y que están por debajo de esos pasos de la monarquía a la república, del imperio a la nación, tantos momentos de la historia de Europa que forjaron los conceptos que tenemos para hablar de política y que no siempre son aplicables a este continente, que para los estadounidenses y los canadienses, son dos, pero que para nosotros, al menos en la escuela, nos enseñaron, es uno solo: América.

Por qué es tan importante para ellos pensarse habitantes de otro continente? Tiene algo que ver con la necesidad de sentirse mayoría?

No lo sé.

Volviendo a Quito, y a tener cable en los ochentas, y en realidad, ahora, haciendo esfuerzo por recordad con más precisión, en los noventas, tempranos noventas, antes de que pusieran MTV en el canal 48, creo que esa cadena de música televisada era una forma de estar al tanto de la cultura de Estados Unidos e Inglaterra, de Europa Occidental, en un tiempo en el que el rock era la banda sonora de la libertad, frente a lo que se consideraba, la brutalidad del régimen soviético, que mucho de brutal sí tenía, como el capitalismo tiene de aplastante y humillante, con los cientos de miles de muertos por la pandemia, que evidencian que cuando el mercado es rey, no siempre se privilegian los aspectos más importantes de la economía, sino que la gente se dedica a enfocarse en el placer, y hace poco por pensar en la salud.

Era importante el rock, y también era importante el rock tomado directamente de la vena, del lugar del que salía y que estaba produciendo ese cambio en la cultura del mundo, justo antes de la Globalización entendida en términos contemporáneos, y que fue acompañada por el internet poco después. Tener cable en Quito y poder ver MTV, en inglés era una forma de ser ciudadano del mundo.

Nosotros no teníamos cable, pero nuestros primos sí, y ellos cachaban mucho mejor el mundo del rock anglosajón, tenían los discos, las camisetas, sabían las historias, sobre como ser un joven acorde a esos tiempos.

Ahora, las décadas que ya han pasado desde ese fervor del grunge, que ocupó justamente ese momento en el que el capitalismo y la libertad fueron considerados, uno e inseparable, han permitido que escuchemos a los protagonistas que sobrevivieron a esa moda, decirnos que los explotaron. Que como jóvenes, muchos de ellos con problemas muy serios, personales y sociales fueron explotados por los ejecutivos de las corporaciones que decidieron sacarle el jugo a la imagen de libertad que esos muchachos salvajes de la américa profunda (seattle y sus camisas de franela, que pintaban una imagen de working class), porque esa imagen servía justamente para que, en ese contexto de final de la guerra fría, tantos jóvenes europeos del este, empobrecidos por el decaimiento de su sistema político, se identificaran con aquellos al otro lado del charco, ampliando enormemente el mercado para aquellas industrias culturales y de entretenimiento.

Los sobrevivientes del grunge saben que fueron triturados por la máquina de la codicia, que exhibió sus vidas como mercancía, creando a la vez, en términos artísticos y plásticos, un conjunto de obras musicales hermosas, en su brutalidad y complejidad.

En ese proceso, en Quito, se transformaron también los gustos musicales. El rock en español fue cediendo espacio, porque ya se podía disfrutar, con accesorios, lo que se producía en la mata. No importaba que no se entendieran las letras. Quizá era mejor que fuera así, porque aquellas historias habrían espantado a muchos. Eran las guitarras; la forma nueva y distinta que trajeron los tempranos noventas, de grabar el sonido de las mismas, ya no tan expandido como en los años ochentas de hair metal, lo que modificó el gusto, nuestro gusto, como guambras que no queríamos escuchar Contravía, ni Tercer Mundo, Tranzas, Perotti y demás.

Cuando a finales de los noventas, se diluyó la relevancia del grunge, en Estados Unidos y Europa se volvió a una estética más popera. (re)Aparecieron los boy/girl bands; se volvió a romantizar la adolescencia, como una infancia extendida, sin las elaboraciones sobre los traumas de la juventud, que expresaron los artistas grunge.

Para aquel entonces, MTV ya había consolidado su versión latina. Ricky Martin y Shakira ya se habían convertido, junto con JLo en formas de hacer plata de dedicar recursos a los mercados del sur. Las bandas icónicas del grunge habían desaparecido. Dave Grohl estaba haciendo pop rock, los Pumpkins se separaron. Soundgarden llevaba años, fuera. Pearl Jam cantaba una balada. Alice in Chains y Blind Mellon vieron a sus cantantes partir. El britpop se había disuelto. Los DJs y la música electrónica empezaban a tomarse por asalto los escenarios más grandes.

Ser blanco y ser pobre ya había dejado de ser un símbolo político relevante, como lo fue cuando cayó el muro de Berlín.

Las bandas ecuatorianas, en ese tiempo vivieron un proceso importante de relevancia. Ellas podían hablar de algo que no tenía que ver con esa narrativa global. El descalabro del Ecuador, a principios del milenio encontró en las voces inconformes de los rockeros, metaleros, hiphoperos y djs locales, un vehículo más poderoso que lo que, una década antes, debía obtenerse viendo televisión por cable.

Fue el momento en el que se configuró ese movimiento que no tiene nombre, pero que está presente en las experiencias de muchos de nosotros.

Pasamos de la globalización del entusiasmo por el grunge a la explosión de nuestra propia escena local.

Esa es la historia.

Santiago Soto
31 de Mayo de 2020

Comentarios

Entradas populares