La historia de un desencuentro quiteño

Hace diez años, justamente este día, salí a la exposición de una street artist en una galería emergente en Guápulo y conocí a una chica de la que me enamoré. Vacilamos. Tres días después, cuando la volví a ver, esa chica me trató con tanto desprecio, que no entendí que había pasado. Para ser franco, creo que sí hubo un componente de no ser de su clase social.
Yo tenía una impresión mucho más hipster. Pensaba ingenuamente que en nuestra generación no había ese clasismo de los tiempos de mis primos mayores. Pero ella era unos seis años menor que yo y su generación era distinta. Su grupo era mucho más snob. Fue duro sentirme tan despreciado porque las formas en las que una mujer puede tratar a un hombre que no considera de su clase social, son iguales que las formas en la que un hombre puede hacer lo mismo, en el caso contrario. Recuerdo que me bajó de su carro habiéndome dejado en claro que no quería tener nada conmigo, pero aún así me preguntó si no quería darle un último besito.
Es hasta cómico. Pero no lo fue para mí, por mucho tiempo.
Hoy, viendo las estrellas, estaba contándoles esta historia y digiriendo todo lo que ha cambiado en mi vida desde ese tiempo. Creo que yo todavía estaba en el mind frame del universitario, a mis veinte y ocho. Es decir, creía que el mundo era mucho más ideal de lo que realmente es.
Desde los treinta, cuando volví, pero especialmente porque a mi padre le dio cáncer, mi vida cambió y me volví más consciente de lo difícil que era simplemente poder almorzar, cada día. Pero más allá de lo social, en términos de lo personal, también aprendí que las relaciones amorosas también están muy afectadas por las condiciones en las que podemos vivirlas y eso significa que todos los seres humanos buscamos sentirnos seguros. En muchos aspectos de la palabra, en términos del amor.
Me refiero a que pude darme cuenta de que esa chica me evaluó, evaluó mi vida y se dio cuenta de que mi vida no era algo que ella quería en su cotidianidad y puedo entenderlo. La vida aquí en Cotocollao es distinta que la vida en los barrios más finos de Quito, bastante distinta. Es menos cómoda o exquisita. Es un poco ruda. Es un poco dura. Sin que eso signifique que uno tenga que adoptar una pose. Porque esas poses también son exotizaciones de lo que es la vida en un barrio de clase media o trabajadora. A la final la gente simplemente es gente, leas Onetti o Paulo Coelho .
Así mismo, le contaba a las estrellas y a los planetas, que es necesario aprender a entender el Ecuador y sus dinámicas de poder en diferentes momentos. Porque el Ecuador en el que yo nací en el 82, había cambiado mucho, a través de los noventas, esa década llena de rupturas, y en ciertos sentidos identitarios, se crearon algunas fórmulas, algunas ideas de quien debía ser considerado valioso. A lo que voy es que no siempre ha estado de moda ser mestizo. Creo que a veces nuestro país se pone más esencialista. Es una de las características de nuestra sociedad tan diversa. Es que nos buscamos. Buscamos nuestra forma como sociedad.
Creo que eso volvió a cambiar en estos últimos años. Volvió a haber un sentido de que ese famoso buen vivir es derecho de todos nosotros. Que no importa tanto la identidad, ni la identidad del grupo al que uno quiere pertenecerse. Son olas. Momentos que generan diferentes generaciones de jóvenes. A veces más snobs, más elitistas, más excluyentes; a veces más hippies, o más punks, más anti sistema, anti jerarquías, más anárquicos.
Hace diez años yo no me di cuenta de que ser hippie o punk ya no era la cultura que estaba sucediendo. Era confuso porque habían cosas muy emocionantes pasando, pero también se estaban creando distancias, recelos y miedos. Se estaban creando muros. Yo sentí ese muro ahí y me dolió mucho. Pero también hay que decir que esos desencuentros son parte de la vida y que en la vida tenemos nuestros afectos y nuestra sensibilidad que nos hacen atravesar esas experiencias que a veces nos duelen, inesperadamente, mucho.
Creo que lo importante es lograr sobrevivirlas de la mejor forma; atravesar esos sentimientos guiados por los mejores principios que podamos haber recogido. Eso no quiere decir que se pueda reclamar la superioridad moral. Los mejores principios no tienen necesariamente que ver con la moral como algo de formas, sino más bien con algo ético, más profundo, que puede atravesar esas diferentes formas en las que una u otra época piensa la moral o lo que es considerado valioso, y mantienen un sentido de celebración de la honestidad, de la integridad de la relación con nosotros mismos.
Es que a la final somos nosotros mismos los que observaremos nuestras vidas, bajo la luz de las estrellas, con la curiosidad por descubrir las fuerzas que guían nuestro destino. A veces pienso que si no fuera por este tipo de experiencias, no podría haber ejercido mi rol de músico, de escritor, de cineasta. Es como si esas dificultades y desencuentros me hubieran dado combustible para generar mi creación y mi expresión.
Atravesar esas experiencias, sobrevivirlas de la mejor forma, logrando mantener viva nuestra relación con nosotros mismos, provee de un poderoso sentido de amor por la vida y de esperanza en el futuro. Ayuda saber que somos dueños de nuestra sexualidad y de nuestros sentimientos, porque a veces cuando sentimos desprecio, nos podemos terminar despreciando a nosotros mismos: a nuestra capacidad de sentir y de desear. Y esas capacidades son muy importantes para cada ser humano. Nuestra sexualidad es una parte muy importante de nuestra vida. Es un vehículo para amarnos y amar al resto.
Queriéndome, logré construir mi propia vida. Queriéndome, me di cuenta de que aunque lo material es siempre un reto y a veces una gran distancia entre unos y otros, podía disfrutar de mi vida, desde mi propio escenario, valorándolo por lo que representa para mí y no por lo que pueda significar para alguien más y esto incluye mi propio cuerpo, mi cara, mis rasgos.
Es liberador no tener que sentirse bonito o feo para los demás, sino contento y agradecido por estar vivo, a la vez que consciente de que para encontrar la felicidad no hay como ahorrarse esfuerzos.
Finalmente, me he dado cuenta de que de esas historias de desencuentros, las partes bonitas, las que disfruté, son mías y puedo recordar y guardar lo que me hizo sentir feliz, lo que me hizo sentir placer, lo que me hizo y me hace sentir vivo.
Santiago Gabriel Soto
23 de Junio de 2020

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