La luna y el fuego (cuento)

1.

No sé por qué, en realidad, no tengo mucha química con los chicos que se graduaron de cine después de mí, en la u. Quizá estoy exagerando. La timidez funciona así, te traiciona. Haciéndote exagerar un poco ese sentimiento de distancia que a veces puedes sentir, en situaciones que se disfrutan en grupo. 

Estaba en la fiesta de cierre del festival de cine de Cuenca, hace ya dos años. Me había comprado una camiseta de cuello, negra, para ir. A la inauguración había llegado con una pinta menos formal de la adecuada. Y me había pasado como Peter Sellers, evitando la incomodidad, con buena onda.

Hay gente que farrea profesionalmente, o que por su profesión, supongo, acude normalmente a ese tipo de eventos. También puede ser que sea gente de cierta capacidad económica, que frecuenta inauguraciones. No sé, pero admiro su seguridad, y ese estilo con el cual pueden ubicarse entre los asistentes transmitiendo su jerarquía social. Como un león o una jirafa, entre los demás animales del zoológico.

Quizá es cosa de la edad. Hay un momento, cuando se está entre los veinte y siete y los treinta y tres, en donde esa cualidad de treintañero, le deja al joven brillar con aire de experimentado mientras su libertad es todavía suficiente como para saber que todavía le quedan suficientes noches para disfrutar, como para no estresarse esa precisa noche, con ninguna de las pendejadas, que yo, en cambio, esa noche, tenía en la cabeza.

Empezando porque tenía unas ganas de ir al baño, horrorosas. Y el único toilet de este lugar, que nos habían dicho, era muy cool, estaba básicamente, dentro de la misma pista de baile. Tirarse un pedo habría sido ser expulsado forever de cualquier evento social cinematográfico.

La otra era que no tenía nada que quisiera decir con respecto a algún proyecto. Me parecía que los días habían pasado bien, conmigo sin tanta fuerza; fumando tabacos de enrolar y pasando caminando por a lado de los ríos.

Estaban ahí, en cambio, estos chicos, con los que no tengo muy buena química. Ellos en ese momento de la vida que les cuento, en el que el empezar a ser treintones les quedaba muy bien. Además de que por alguna razón ahora la gente está más fit, así sea de un medio más bien intelectual y artístico.

Podía pedir una cerveza, pero una, porque necesitaba el dinero para el taxi, el día siguiente. Me había encontrado con una señora del barrio que resultó ser actriz y que vestía un grueso saco de lana otavaleño, quizá porque no estaba tan fit como el resto del elenco. La hermana de una conocida mía tenía el corte de la Tank Girl, ese cómic inglés de Jamie Hewlett (el dibujante de gorillaz) y junto a ella estaban los verdaderos jóvenes, los veinteañeros, que se sentía tenían la seguridad, que tenían cuando yo estaba en el colegio, los chicos que pertenecían al once titular.

Tenía tabacos para enrolar, pero la verdad es que no fumo y haberme estado fumando cinco o diez, cada salida, me había destruido el estómago. Guardaba esa manía de fumar en situaciones sociales, desde que había salido del colegio. Fue así como aprendí que los Líder eran mejores que los Lark y qué hay un tipo de gente que siempre fuma Marlboro. Lo de los tabacos de enrolar, lo había llegado a apreciar por mi propio mérito. Ya viendo que comprar cigarrillos era una costumbre tan mala, en algún momento había descubierto que enrolar tus propios cigarros al menos te hace sentir un poco menos idiota. Su manufactura te deja con un carisma de artesano.

En fin, con mi vecina puesta su saco de lana y yo sin poder fumar mis tabacos de enrolar, éramos tan útiles en esa fiesta, como los piercings que la chica del corte Tank Girl tenía en la oreja. Es decir, éramos la cuota de gente sin game, que debe ser admitida en todo evento cultural para comprobar que aquella reunión no tenía como única finalidad, el que algunos de estos jóvenes terminaran follando.

La cereza del pastel la puso la esposa de un ex compañero de la universidad, una mujer con un muy mal carácter que no recordaba la expresión ser buena onda, vaya usted a saber cómo podía ser que a alguien de nuestras latitudes y nuestra generación se le hubiera olvidado. Era un signo de que se había dejado definitivamente de ser buena onda, cuando a uno se le ha olvidado esa expresión. Yo debo haber parecido el tipo más fresco, porque vino hacia mí, en medio del grupo de los sin game, para quejarse junto a nosotros de no saber cómo-se-baila esto, que estábamos bailando, así entre hombres y mujeres, sin saber quienes éramos, y tratando de girar el cuerpo hacia alguna esquina más interesante, como esa puerta a medio abrir que yo venía observando, haciéndome todo tipo de imágenes sobre lo que podría pasar allí dentro.

Cuando fui por la cerveza que era lo único que iba a poder comprar esa noche, mi vecina me recibió con la noticia de que ya se habían acabado, o que las que sobraban estaban calientes y a mi estómago desarreglado lo menos que le podía meter era un jarro de birra tibia, compartida, así, como con mocos.

Creo que ahí fue cuando la cosa se me puso cuesta arriba. Me fui para donde un chico que ya era de los más viejitos de la fiesta, que estaba con su esposa, que parecía ser una persona con un cargo importante en la fundación de la que me estaba hablando. Francamente, cuando me acerqué a él, pensé que ese hombre más bien maduro era el único que iba a entender mi deseo de despedirme de alguien, antes de salir apenado a mi hostal que estaba a la vuelta de la cuadra, en parte porque habían sido años desde que yo había estado en un festival y honestamente me había comprado la camiseta con una ternura que solo alguien que ya se siente medio voyeur en su propia vida, puede comprar, con la esperanza de echar pata de vez en cuando.

Nos despedimos, eso sí, con una cordialidad y simpatía que nunca más se repetiría entre nosotros, porque ya en Quito, él era él y yo era yo y quien carajos mismo habrá sido ese tipo del que me despedí, como si conociera a alguien más que mi vecina con su saco de lana, en esa fiesta, porque los chicos que sí me conocían, tenían cara de que no querían reconocerme.

Habrá sido porque ellos estaban entrando a sus propios treintas y el grupo de los amigos de la Tank Girl, les estaba haciendo sentir ya, que se les calentaba el piso y que pronto no tendrían idea de cómo era que se farreaba sintiendo algo de satisfacción al exhibirse, con suficiente confianza como para que ese estar cómodos en sus propios cuerpos, iluminara su alrededor, haciendo brillar esas noches en las que los seres humanos salen a reconocerse alrededor de la luna y el fuego.

2.

Me fui apenado al hostal, pero también contento. Había aprendido, ya a mis treinta y seis años, que la gente joven puede picar y picar feo. En realidad, no debería decir la gente joven, sino las mujeres jóvenes. Yo ya estaba contento, por fin en una relación amorosa que alimentaba mi vida y no que la destruía. Es que mi situación en ese contexto social no era fácil. Siento que a estos chicos, y en especial a mi conocida, yo les representaba un tipo de otredad, no tan definida por gerundios, sino más bien un tanto vaga, pero presente.

Y no debería confundirse con el simple desprecio, sino quizá con un tipo de bronca cultural latente. Qué difícil la verdad. Mientras caminaba a mi hostal, apurado por el deseo de despojarme de la bronca en mis entrañas, también sentía el deseo de despojarme de esa otra bronca, meta espiritual. La hermana de la chica con el corte de Tank Girl, era una mujer atractiva que me había hecho un desplante ocho años antes. Un desplante que fue para mí, misterioso.

El misterio se disipó gracias a un amigo que supo aclararme que yo ocupaba un lugar subalterno, en esas pequeñas relaciones de poder que a veces son los romances.

Esa subalternidad estaba compuesta más o menos de lo que yo tenía en las tripas, mientras caminaba esos pasos apurados. Era una subalternidad confusa y apestosa, incómoda y muy dolorosa.

Algo que me dolía en las entrañas como un puñal, algo que dolía tanto como cuando de muy niño, mi madre se enfadaba por alguna acción mía, como que se me cayera un florero y dejaba ver lo difíciles que eran para ella esos años.

Mis padres habían perdido un hijito, antes de que naciera yo. Además, mi abuelo paterno y uno de los hermanos de mi padre habían fallecido al tiempo que yo cumplía dos años. Mi hogar se mantuvo por el gran amor de mis padres. Después mi padre lograría su nombramiento. Mi madre dejaría de trabajar para compartir los días con nosotros. Vendría mi hermano menor. La familia tomaría su forma más alegre y disfrutaríamos de algunos años muy hermosos.

Pero cuando yo era niño y mi madre se enfadaba, percibía esa forma de universo en la que todo se vierte hacia un agujero negro. Así había sido ese desplante por el tema este de la situación de subalternidad que francamente no termino de entender.

Es estos días he llegado a pensar que debe haber sido como cuando los judíos empezaban a ser perseguidos en la Alemania Nazi: esa sensación de que la diferencia se convertía en antipatía y después en antagonismo.

Es la timidez que te traiciona y que aumenta las distancias- pensé. Poniendo ya un pie en el corredor de entrada del Hostal, después de que el encargado, me pusiera a sufrir, demorándose al contestar el llamado de mi timbradera. Ya bastante desesperado.

Subí las gradas de tres en tres, hasta el tercer piso, entre a mi cuarto de golpe. Esa noche di un baño nocturno, para lavarme la amargura. Como lo había hecho ocho años antes, después de ese desplante. 

Algún amigo me comentó en facebook que le recordaba al Señor González y sus cuates de la chamba, un oscuro disco de rock mexicano del 99.

Es que así éramos como generación. Hablábamos en matemáticas, como dice Thom Yorke, en Karla Police. Supongo que tiene que ver con eso de que debíamos estudiar Físico Matemáticas sí-o-sí.

Me hubiera gustado estudiar Ciencias Sociales, y en especial Filosofía, pero en nuestro colegio a Sociales, que se abrió el año que llegamos a quinto, se pensaba, de forma bastante errónea, que solo debían ir los estudiantes sin norte en la brújula.

Carajo, que nos criaron estos educadores que solo sabían formar ingenieros para tratar de darle un impulso a la industria petrolera ecuatoriana.

Supongo que de ahí me venía la falta de game.

Después del baño regresé a la fiesta. Estaba ya todos bastante más relajados. Había más espacio en la pista de baile. La chica del corte Tank Girl se había perdido. Quizá estaría haciendo alguna diablura detrás de esa puerta que me quedé observando largo rato.

Fui donde su hermana, aquella conocida que me había tratado extrañamente tan mal, esos años antes, por ese extraña subalternidad que yo no terminaba de comprender. Le pregunté si quería bailar y me dijo que no sabía hacerlo.

A mi no me habían enseñado sobre filosofía y a ella no le habían enseñado a bailar. Eso sí, el muchacho que le acompañaba, como un alfil se paró entre los dos y la sacó a bailar. En mi mente al menos. Porque en realidad todo era mucho más seco. Mucho más tieso.

Pensé que podría dormir con tranquilidad esa noche, pese a que solo tenía dos horas para hacerlo. Lo que me sorprendió fue que cuando me aprestaba a cerrar los  ojos, el encargado del hostal tocó a mi puerta para decirme que alguien afuera, me estaba llamando.

3.

Desde las gradas pude reconocer sus siluetas, eran la Tank Girl y el joven amante de su hermana. Parecían tan delgados. Ella con capucha y él, que le había prestado su chaquetín para que ella la vistiera.

Que hacen aquí- les pregunte apenas salí- entren y pasaron al vestíbulo del hostal donde el encargado me hizo una seña que denotaba que debíamos guardar silencio. Tenemos que subir, disculpen. En el subir de las escaleras noté que la chica tosía. No me parecía tan saludable como cuando la vi entrar al bar en el que habíamos estado. Ya en el cuarto, tuve que acomodar la ropa a medio empacar, para que pudieran sentarse, en un par de sillas que venían con el cuarto.

High fashion- dijo ella. Mientras el joven hombre se hacía su propio tabaco de enrolar. Tienes clase- le dije. Trataba de parecer más confiado de lo que ellos habían percibido ya, que yo no era, por mis movimientos torpes en el bar tratando de captar la atención de la hermana de esta chica con el corte raro.

Qué le ves- me dijo el joven- yo respondí estúpidamente- el culo. Él se rió- ya sé- me dijo- pero tú sabes a lo que me refiero. He traído aquí a su hermana para que te lo diga ella mismo, más claro, pero te advierto, de su boca suena mucho peor.

No te da la clase para pretender a su hermana.

Pues a ti no te da la edad- señale yo, con cordialidad. Tranquilo. Mira has lo que tengas que hacer. Yo ya me desfogué. La Tank Girl, viendo que yo ya había entendido el mensaje se dirigió hacia el baño. Se encerró.

Apesta, aquí dentro. Se le escuchó decir.

Me dio diarrea de pensar en esto del clasismo, le dije yo al joven que al verse triunfador sin esfuerzo entendió que había algo que él no sabía.

Julio- Carlos, me llamo Carlos- Carlos, qué le ves tú? Además del culo- yo no le veo el culo, me dijo. Veo una mujer y una mujer impresionante.

Cruaj 

La chica del corte raro estaba cagando.

Qué le pasó a esta- dije yo- Ha bebido mucho- no se le nota- es que estuvimos jalando. 

Ya veo.

Bueno pues Carlos entonces creo que le va a ir muy bien. Ahora, quisiera que me dejasen dormir. Mira, tengo que tomar un avíon-

Un avión, tú? Se paró junto a la puerta del baño y dirigiéndose hacia la Tank Girl enfatizó- tiene que tomar un vuelo, has escuchado?

Disculpa, pero pensábamos que los de la clase social éramos nosotros. Pero nosotros meos venido en auto. 

Yo no tengo auto- increpé.

Te gustaría volver con nosotros, podrías quedarte un par de días más. Quizá su hermana ya no esté disponible, pero está de acá andaba diciendo que quería encontrar algo que hacer. Solo no te entusiasmes. Tómatelo como una suerte.

Cuando pronuncio esa palabra tuve un flashback muy claro. Había sido en la exposición de La Suerte que conocí a la hermana de esta chica. Se veía muy bonita, per mas que nada muy buena onda.

Qué carajos había pasado.

Todavía cagando, desde el baño, la Tank Girl me dijo- no le creas al Carlos. A mí me pareces feísimo, pero lo de tu clase social, no cacho. Mira, a mi hermana le jodió un tipo. Un tipo con el que tú estabas cuando la conociste. Ese tipo le quitó toda su buena onda y le metió en esto que a mi me trae mal en este preciso momento.

Se refiere a la- he hizo el gesto de jalar, Carlos.

Ya veo- respondí. Bueno, habrá tenido algo que yo no. Tratando de dar por terminado ese momento que se empezaba a volver demasiado sociológico.

Sí tenía, un departamento en un buen lugar y un buen auto, pero sobre todo él es artista, sabes? 

Y tú no- término nada frase, con placer, el joven.

Bueno pues contra eso no puedo.

Por fin salió del baño.

Hey, lávate las manos.

Me las acercó a la cara y me metió un dedo en la boca. 

Te gusta el sabor de mi trasero?

Carlos tomó la mano de la chica, que estaba bastante high todavía.

Yo me dirigí al lavabo y me lavé la boca con jabón.

Carlitos, vámonos de aquí. Ya hicimos lo que nos pidió mi hermana.

Ella se los pidió? 

Sí- respondieron ambos.

Qué les pidió, precisamente. 

Que te dijéramos que no eres artistas- dijo Carlos.

Ya veo.

Qué ves?

Qué le veo?

El culo, ya sé- dijo ella.

No, la verdad vi que era buena onda. Por eso me extraña. Por eso siempre me extrañó todo esto. Y eso de la clase social. Y lo de jalar. Es una mierda. Tú lo sabes- le dije, mirándola.

Y tú mierda apesta igual que la de cualquiera. De dónde viene todo esto. Solo porque sea un poco más blanco no significa que ese tipo sea más artista que yo.

Quien dijo que era blanco?

Ese momento me quedé dudando de mí mismo. O sea que es mestizo?

Bueno, sí, como todos.

Gracias- le respondí. La verdad que necesitaba dejar de armarme la película de que todo esto tenía que ver con el color de la piel.

De qué hablas- dijo ella y salió del cuarto.

Espera- Carlos se quedó. En realidad no nos pidió que te armáramos este relajo. Veo que eres un tipo normal. Solamente no sé qué piensas que te vio. A ella, no le gusta cualquiera. Ni siquiera sé si le gusto yo.

Vos eres artista? Le pregunté.

Crítico. O sea critico. Bueno, escribo.

Bien. Eso debería ser suficiente. Yo también- le dije. 

Y escribir es un arte, no?

Sí- reconoció y se perdió entre las sombras, cerrando la puerta del cuarto.

Fin?

Santiago Gabriel Soto
22 de Junio de 2020

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