Nostalgia de Centro Comercial (artículo)

Los cambios de época no son paulatinos y predecibles. No se acoplan a los planes de negocios. Son cambios que se producen de forma obligada y obligatoria. Son colapsos.
En este caso, dan ganas de saltarse pasos, de ponerse a pronosticar, a dibujar mapas de futuros.

Son formas de evadir el desconcierto.

Ese que ha aparecido cuando nuestra realidad se ha esfumado. Como una casa que ha sido bombardeada.

Caminar, visitar, el parque, el centro comercial.

Habíamos estado pensando que la posmodernidad era despreciable, hasta que la misma posmodernidad se volvió algo que produce nostalgia.

Porque solíamos comparar la posmodernidad, con su capítulo anterior, tan más humano.
Como siempre se ha dicho, de los capítulos anteriores.

Criticábamos los centros comerciales con sus simulacros de espacio público.

Hasta que esos mismos espacios, que imitaban un pasado más humano, se volvieron un pasado más humano que hemos perdido, por un descuido.

Por un descuido de treinta años- intento decirme a mí mismo, pensando en lo que habría pasado si hubiéramos dejado de usar combustibles fósiles en los ochentas.

Pero la búsqueda de esas respuestas, también se siente artificiosa.

La búsqueda de una razón que se le escapa a ese sentido misterioso de conexión con la vida.
Con esa vida que tenemos y que algún rato perdemos.

La nostalgia de ir al centro comercial, aunque sea para criticarlo, aunque sea para comprar un libro sobre como construir un huerto o ir de viaje a un terreno inhóspito.

Frases que quedan incompletas, porque el mundo mismo se siente tan incompleto.

Nos hemos quedado solamente con fragmentos del mismo. Estas burbujas en las que estamos metidos, tratando de adivinar el momento en el que podremos volver al tiempo que estábamos viviendo, antes de que todo esto pasara.

Pero ese tiempo ya pasó.

Se esfumó.

Se convirtió en una época que trataremos de reconstruir.

Se convirtió en otro de esos simulacros, con los que intentaremos imitar las emociones que buscábamos en sus rincones, en su cultura, en las posibilidades que las condiciones previas a la pandemia dibujaban.

Nos quedan todos esos memes. Formato predilecto para la comunicación en ese tiempo en el que la realidad fue tan caótica, que nos armamos de una ironía gráfica, infinitamente reproducible.
Los observábamos en nuestros smartphones, mientras viajábamos en el metrobus, o en nuestros propios autos. Los observaban los niños en las tablets que les consiguieron para que se entretuvieran.
Pelear contra una enfermedad reemplazó nuestra necesidad de reírnos de lo estúpidos que podían ser nuestros tiempos.

La estupidez esa, nos pasó factura. Nos visitó con la cuenta.

Y la cuenta era todo lo que cabía en esa época.

Esa que fue nuestra época.

Santiago Soto
5 de Mayo de 2020

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