Imaginar la Humanidad, del Tercer Milenio (artículo)



Mi vecina reza El Rosario durante horas, cada tarde. El cuarto de su hijo que acaba de casarse se ha convertido en su capilla. Es una mujer bondadosa y afable. Yo la escucho, a través de la pared y siento el miedo que la conduce. Pienso en Hiroshima. Siento que sus lamentaciones tienen connotaciones apocalípticas.

En los años noventas, pese a la gran catástrofe nacional, en medio del entusiasmo que sentíamos viendo friends o MTV, era impensable que dos décadas después de la llegada del milenio, el día a día se sintiera gris, como atravesando una guerra mundial, una guerra biológica, fría.

Quería escribir este texto porque es imprescindible sacar la cabeza del fango.

Hay mucha ira atorada en medio de esta crisis.

Es necesario sacar la cabeza del fango, pero a la vez, tratar de subir el ánimo; de sentir que vale la pena seguir viviendo.

Por eso es que ni la ira, ni el miedo, son buenos consejeros.

Pongamos como ejemplo los llamados que han habido de parte de las cámaras de comercio, a que la ciudad vuelva a sus consumos.

Creo que buscar reactivar la economía, como una forma de solucionar esta crisis, lamentablemente, simplemente, científicamente, no funcionará.

Si es que funciona, estas palabras serán vacías, sin embargo es muy posible que con el semáforo amarillo, la pandemia afecte a muchos más hogares en Quito.

Al comienzo de esta pandemia pudimos conversar, si bien brevemente, sobre ciertos enfoques retóricos que resultaban contraproducentes, como declarar esta pandemia una guerra.

Declararla una guerra involucraba despreciar cualquier posibilidad de organización ciudadana para palear los efectos de la crisis.

Involucraba pensar en acciones unívocas, pase lo que pase; caiga quien caiga.

Por la naturaleza de este mal. Ese enfoque ofrece nulas posibilidades de éxito.

Nadie debería morir por mantener vivo un tipo de economía, cuando esa economía, por condiciones biológicas como las actuales, ya no puede restituirse.

Es decir, después de una guerra, sería posible volver al business as usual, pero con un virus paseándose por nuestros pulmones, el business as usual ya no existe.

Lo que existe entonces es una gran conmoción social porque se han visto alteradas las relaciones entre las personas y los grupos a los que estas se pertenecen.

Se busca sostener un status quo aún contradiciendo una realidad biológica que va más allá de las usuales discusiones ideológicas sobre modelos de izquierdas, derechas o centros.

Tampoco podemos despegarnos de todo de nuestras herramientas políticas usuales para coordinar la nueva normalidad, sin embargo se vuelve urgente que encontremos nuevas formas de enunciar posiciones desde las cuales buscar salvaguardar no sólo la vida, sino nuestras vidas, nuestra supervivencia.

Me refiero a que no podemos pensar en términos de partidos políticos, de gremios, de clases, de movimientos, solamente, tenemos que pensar también desde una categoría nueva.

Creo que esa categoría nueva se aproxima a lo que se llegó a vislumbrar al final de la segunda guerra, con las Naciones Unidas y la carta de los Derechos Humanos.

Es decir, pensar desde esa categoría que solo habíamos visto en las películas de ciencia ficción, usualmente narrativas de invasiones alienígenas, en las que existe la posibilidad de hablar como una humanidad.

Por eso es que el caso de la muerte de George Floyd trasciende aún el hecho de la violencia sistémica en la policía de EEUU y se convierte en una figura desde la que podemos pensar también en la relación que puede haber entre el dueño de una inmobiliaria y un maestro de obra.

La supervivencia de ambos, a mediano plazo, requiere que se renueve el pacto social, pensando desde la protección de la vida frente a la amenaza biológica, antes de anteponer cualquier modelo de negocios.

En cierta forma estamos viviendo algo parecido, aunque quizá aminorado, a lo que hubiera sido una pequeña guerra nuclear con tecnología de los años cincuenta.

Estamos viviendo la necesidad de la ejecución de ese (green) new deal, actualizándolo hacia un human new deal.

Culturalmente, eso es intensamente exigente. Debido a que los arquetipos que articulan nuestra forma de describir la realidad, a través de cualquier medio o técnica, se han modificado en cuestión de meses.

Se podría decir que ahora sí se vuelve racional decir que había una humanidad del segundo milenio, que es ya distinta (a 2020) por el coronavirus, a la del tercer milenio.

Estamos, ahora sí, culturalmente viviendo el tercer milenio y nos vemos en la necesidad de imaginar lo que requiere ser parte de la humanidad, en el mismo.

Santiago Soto
7 de Junio de 2020

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