Con nuestras propias ideas

Cuando me gradué de la universidad transcurría el año dos mil siete. Me había demorado tres años más en la universidad de lo esperado. A medio camino había decidido terminar una segunda licenciatura que complementaba lo que yo había estado haciendo. Decidí graduarme de cine así como de animación e incluir un año de intercambio al que podía acceder gracias a una beca.

Poco después de que me gradué, estalló una crisis económica a nivel global que dejó huellas de su incertidumbre hasta el día de hoy. Mientras estuve en la licenciatura no hubo quien pudiera ejercer una voz de alarma. En el escenario nacional seguíamos masticando nuestra propia crisis y ensayando análisis para entender lo que había pasado diez años antes. Parte de esos ensayos y de esas conclusiones fueron las que llevaron a Correa a manejar la economía del Ecuador por una década.

En las dos décadas previas a la gran crisis financiera global del dos mil ocho, se había manejado una narrativa que elogiaba el crecimiento de Estados Unidos y Europa occidental. Habían voces críticas, entre las que yo pude identificar las de Naomi Klein o Noam Chomsky. Estas eran críticas mordaces, pero tampoco lograron prevenir lo que significaría el estallido del prisma con el que observábamos y estudiábamos la utopía a la que había llegado occidente.

Cuando sucedió la crisis financiera global, algunas de sus características recordaban al proceso que habíamos vivido en el Ecuador diez años antes. Como si el Ecuador hubiera sido uno de los escenarios en los que se realizaron experimentos para observar como podían reaccionar las sociedades a ese tipo de shocks. Esto recordaba a las palabras de Naomi Klein y apuntaba a los ganadores de la crisis. Ya que las crisis así como dejan a millones de familias en la ruina, concentran grandes cantidades de dinero en pocas manos.

Desde una perspectiva antagónica al correísmo, sería imposible conceder la posibilidad de que el tiempo en el que Correa manejó la economía, se hayan logrado grandes cosas. La perspectiva antagónica, surge de una fricción social que se suscitó con el transcurrir del tercer periodo del ex mandatario. Una fricción que no da mucho espacio para el análisis, es una oposición que surgió como un tsunami y que está tumbando actualmente todos los hitos que dejó la acción del anterior gobierno.

Vale la pena decir esto, porque es necesario tomar distancias de esa perspectiva antagónica, para poder tratar de encontrar algunas pistas que nos hablen del proceso económico que hemos estado viviendo, no solo como ecuatorianos, sino como habitantes de esta economía planetaria, tan interconectada y caótica.

Uno de los elementos que le resultó más útil al anterior gobierno, para lograr articular su agenda en el país, fue el lograr organizar la narrativa de los sucesos económicos para poder establecer medidas que eran leídas por la población, dentro de esa narrativa.

Por las características de la historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo veinte, la llegada, en secuencia, de gobiernos de izquierda al mando de los países del cono sur, significó, desde tiempos de Allende, la posibilidad de poner en práctica ideas económicas provenientes de la esquina izquierda del cuadrilátero ideológico. Antes de la llegada de esta ola de gobiernos de izquierdas, pese al gran sufrimiento de la mayoría de los pobladores de estos rincones del planeta, se validaban las decisiones económicas que se alineaban con los países desarrollados porque los países desarrollados, especialmente cuando lograron reconfigurarse tras sus traspiés sociales concentrados en la década de los setentas, lograron eclipsar las tesis que abogaban por economías socialistas planificadas.

En latinoamérica, entonces, se sufría porque no éramos tan buenos como se suponía que debíamos ser. Ya que los ciudadanos de los países desarrollados, aplicando esas fórmulas, habían llegado a la cúspide del bienestar. Ese era el razonamiento.

Por eso es que la crisis económica global del dos mil ocho tuvo un impacto tan estremecedor. Ya que esa imagen utópica que se había estado narrando con respecto a los países desarrollados, se convirtió en un mapa de la incertidumbre, como si veinte años más tarde, la historia habría de cobrarle al lado de los ganadores de la Guerra Fría, por el exceso de confianza con el cual habían definido el desenlace de la partida.

Ahora vivimos en un tiempo posterior a aquel en el que se celebró la certeza del triunfo de las tesis democrático liberales. De hecho, un país que no es democrático, pero que sí ha abrazado la libertad en los mercados, se convirtió en una de las guías sin las cuales sería imposible entender el equilibrio político mundial: La China.

Vuelvo entonces a mis años universitarios e intento ubicarme en la forma de pensar que se tenía en ese dos mil siete, en el que todavía no conocíamos sobre los límites que el ejemplo de los países desarrollados podían tener sobre nuestras vidas. Cuando me desplazo a ese momento me doy cuenta de que estuvimos planeando nuestro futuro en base a una imagen que ahora parece estar perdida entre la neblina.

Estuvimos siguiendo un farol que nos condujo hasta el medio del océano y ahora estamos navegando a golpe de estallidos efusivos y reacciones frente a percepciones subjetivas. En el Ecuador era más fácil abrazar la posición antagónica, ya que eso trae consigo la posibilidad de encontrarnos en los reflejos del orden anterior a la revolución ciudadana, pero esta vez ya no contamos con la imagen del primer mundo como un buque al que anclarnos. Estamos frente a la necesidad de aprender a remar y encontrar tierra, con nuestras propias fuerzas y lo que es más importante, con nuestras propias ideas.

Santiago Soto
01/04/2018

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