Un acercamiento a la música nacional

Desde la perspectiva de un precursor del indie rock en Quito

Decir "música nacional" en nuestro medio de músicos de indie rock, está cobrando un nuevo significado, que el que tenía para nuestros antecesores, los rockeros anteriores a esta no-tan-nueva-ola.

Para los rockeros quiteños, más viejos que nosotros, la música nacional estaba en cierta forma más cercana. El rock en Quito, de alguna manera nunca cortó el cordón umbilical que le ataba a la herencia musical local que se nutre tanto de la parte americana ancestral, como de la música criolla y de los ritmos globales.

Los rockeros más viejos, los precursores de este movimiento tan importante para los jóvenes desde los ochentas, nunca abandonaron el espíritu que los conectaba con la nostalgia. Aún cuando los sonidos fueran de otra tonalidad y dinámica, el rock nacional, recordaba a las voces, que desde el pasillo, el san juan, el albazo, el pasacalle y otros ritmos, servían para describir nuestra ciudad.

Es que la ciudad habla a través de sus músicos, ya que esta rama de las artes, es en Quito, quizá la más viva y popular. La plástica, el cine, la danza, las otras ramas, pueden a momentos parecer invisibles, pero la música siempre está presente en este rincón de los andes.

Sin embargo, a principios de este milenio, la música nacional, parecía estar más distante. Es lógico, el tiempo pasa y los sonidos de los músicos que salen de las raíces de nuestra quiteñidad, cada vez forman más, parte de un conjunto global que entiende lo local, como un detalle, más no, como un espacio de creación, en sí misma.

El boom del indie rock, protagonizado por bandas como La Máquina, o su primo totémico, Da Pawn, son propuestas que alcanzaron el lenguaje del youth culture millennial, pero que uno ya nos sabe si es que tienen un lenguaje compatible con el changa charanga, que despectivamente, músicos más formados usaron para describir los sonidos de las calles de esta ciudad.

Es que somos un país ingrato.

Pese a esto, mientras más nos acercamos al line up del Lollapalooza, o al cartel del Vive Latino, más descuidado se siente y más vacío, el corazón de nuestra quiteñidad mestiza. Podremos estar triunfando afuera, pero estamos descuidando el adentro.

Es que son tiempos difíciles para entender qué significa ser mestizo. Parece más fácil definirse por los extremos. Estos son tiempos de radicalidades. Uno puede amar nuestra sangre americana, uno puede amar nuestra experiencia de contacto con Europa, en un plano creativo (la conquista y el sufrimiento de la esclavitud, nunca deben dejar de hacernos reflexionar sobre las dinámicas y los abusos del poder), pero no debemos descuidar que en el mestizaje, surgieron manifestaciones artísticas propias, nuevas ramas de la técnica y la inspiración musical y artística.

De los mexicanos podemos aprender a abrazar nuestra identidad americana, enriquecida por las experiencias, algunas tan dolorosas, que le han dado a la gente una forma de sublimar el sufrimiento con el sonido y la musicalidad.

Puede parecer romántico este acercamiento a la música nacional y lo es. De la misma forma que tratar de resolver el misterio de los antepasados invisibilizados por los giros crueles de la vida, puede parecer una misión perdida. Siempre va a haber más futuro que pasado, en la mente de quien quiere crear y multiplicar el sentido de sus creaciones.

Para poder acercanos a la música nacional, necesitamos la ayuda de las otras artes. Necesitamos más imágenes y movimientos, más narraciones y cuentos, más formas y volúmenes que nos permitan entender porque los músicos que endulzaban la vida de esta ciudad, cuando empezamos a ser ecuatorianos, sonaban como sonaban. Necesitamos de estos complementos para poder saborear la forma en la que la música refleja los cambios que vinieron con las revoluciones y contra revoluciones, con las influencias extranjeras, y los súbitos reverdeceres del pulso de nuestros pueblos.

La música necesita del cine. La música necesita de su imagen, para que estas nuevas generaciones de millenials y post millenials, no se queden sin piso, así como avanzan para convertirse en los ecuatorianos del futuro no-tan-lejano.

Santiago Soto
13/03/2018

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