El Fin de la Historia (es el comienzo de otra)

Era de esperarse que después de la guerra más larga del siglo veinte se quisiera detener el tiempo. De la misma manera que Don José, personaje principal de la novela de Saramago, Todos Los Nombres, contemplo un suceso que parecía definitivo, la defunción de una mujer misteriosa y lo comparo con la supuesta defunción de la historia, esa tesis que ya tantas veces, hasta el mismo Fukuyama, se ha cuestionado. 

Don José atraviesa trescientas cincuenta páginas de búsqueda del sentido de la muerte. La contratapa indica que se trata de una historia de amor, de la más importante historia de amor de la lengua portuguesa de todos los tiempos. Termino la novela en un estado de convalecencia tras haberme desplomado el fin de semana en el encuentro con las pistas de baile. Termino la novela y me pregunto cual es el valor de una literatura que ensaya durante toda esa extensión de páginas la destrucción de la noción moderna del argumento. Ubico a Saramago en la posmodernidad. Su logro, entre las premisas del fin de la historia. No hay por qué contar más historias, armar argumentos precisos, la sorpresa ya no era necesaria. Ese es el momento en el que intuyo que la contemplación de Fukuyama surge de la necesidad de alcanzar un discurso de paz después de la mayor guerra de discursos que ha vivido la humanidad. Era necesario el silencio intelectual, era necesario tomarse un café de marca y disfrutar de la vida de supermercado. 

A nosotros, como quiteños, nos toca entender que estamos alejados de esa realidad. Que si bien habitamos un mundo hiperconectado, nuestra historia todavía no está escrita. O mejor dicho, todavía no hemos escrito todas nuestras historias, las del pasado, pero sobre todo las del futuro, las que podemos inventar, las que hablan de los perfiles de nuestra imaginación. El fin de la historia, es el comienzo de otra, de muchas otras, de esas que todavía no se han escrito y que están esperando de nuestra pluma.





Santiago Soto
12/08/14

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