Entre el Chisme y el Cliché Navideño

A veces me subo a esta maquinita tratando de salvar el mundo. Escribo esta columna con un cariño que no termino de entender, algo así como el miedo que me producen los pescaditos de plata que han invadido el estudio en el que escribo esto. Trato de adivinar la función que tiene el dedicarse a pensar durante un par de horas al día en algo que decirle a un grupo de personas que estimo y que de vez en cuando se dan el tiempo de leer estas líneas. Aunque sé que no puedo salvar el mundo escribiendo tres párrafos diarios, la sensación que me deja el darme la oportunidad de tener mi propia forma de pensar me impulsa a seguir escribiendo. De vez en cuando imagino que esa función es contagiarles a ustedes, quienes leen esto, el que hagan lo mismo, el que piensen y escriban sus pensamientos, para que nadie les dé pensando, para que nadie les dé sintiendo.

Navidad es la fiesta del cliché, es también la fiesta de las envolturas y los paquetes, de las cajas, los lazos y la fundas con fundas y papeles adentro de los cuales, de vez en cuando hay un caramelo que nos gusta tanto, que el daño que le produce a nuestra salud, vale la pena ser atravesado. Navidad también es la fiesta de la familia, es una tradición más cultural que religiosa en la que se intenta juntar a la gente, romper la alienación que produce una sociedad que nos aisla para poder explotarnos sin que nadie escuche nuestros gritos. Navidad es ese momento en el que la clase media mide la sinceridad de sus aspiraciones, es ese momento en el que los niños reciben juguetes, sin darse cuenta que ellos mismos son los juguetes de sus padres, los que les ayudan a interrumpir la programación adulta de sus pensamientos (la neurosis ajustada del ciudadano promedio) para poder maravillarse con los gestos de estos seres que parecen poder entender la vida mucho mejor que nosotros. 

Hay un punto de la vida en el que uno se da cuenta de esto. A mí me pasó este año. Debido a que mis sobrinos tienen que viajar para encontrarse con el otro lado de sus familias, tuvimos que celebrar el cumpleaños del árbol decorado, días antes del momento en el que el cronómetro cristiano marca la llegada del flaco. Esa orgía de papeles y cinta de embalar, mezclado con un poco de vino y arroz con pavo, adelantada, se benefició de la distancia a la que sucedía del momento exacto del parto de María. Quizá esa distancia, esa Navidad sin tanto borracho descontrolado, sin blackout mediático, esa navidad sucediendo al ritmo que se necesitaba este año, me dio la oportunidad de darme cuenta que ese compartir es algo que pude volver a valorar después de mucho tiempo.

Yo que siempre insisto en el tema de la crisis de finales de los noventas, lo hago en parte porque la Navidad fue ese tiempo en el que entendía de forma más presente, que la crisis estaba sucediendo. Cuando pienso en nuestra infancia me quedo con la idea de que fuimos niños bombardeados por propaganda de un lado de un conflicto mundial que nunca terminamos de entender, y que esa propaganda, esos juguetes, esos proyectos, se enfrentaron en un momento con la realidad de un mundo mucho más precario, en el que realmente estábamos asentados. Entonces, hubo un matrimonio oscuro entre la hipersensibilidad del tiempo de los villancicos y esos temblores producidos por la desaceleración del crecimiento de la clase media a finales de los noventa, que hizo que yo empezara a relacionar Navidad con desencanto.

Afortunadamente, la vida sí ofrece segundas oportunidades cuando realmente queremos volver a encontrar el sentido de las cosas. Es cierto que uno tiene un millón de chismes y clichés a los cuales referirse para privilegiar el deseo de desaparecer durante estos tiempos. Sin embargo, cuando veo a mis sobrinos completar la conversación sobre el sentido que tiene el que procuremos no faltar a ese encuentro entre parientes y pavo (pollo, pescado, papa, fideo o lo que sea), y que lo hacen con gestos más bien instintivos, con reacciones emocionales impredecibles frente a un paquete de objetos que promete entregarles una experiencia más o menos divertida, me doy cuenta que la neurosis navideña tiene una cura cuando uno asume el disfrutarla entregando. Hay una sinergia que se produce cuando nos juntamos, cuando nos olvidamos de nuestra vida como individuos aislados, y esa sinergia es algo que celebro. 

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.







Santiago Soto
12/22/14

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