Juntos

Ayer, después de comprar el pan, regresaba al Condominio Los Reyes y me di cuenta que su constitución, estas paredes color blanco hueso, su orden, su estética, me recuerda a los barrios de los judios ortodoxos en Nueva York. Esta visión me ayuda a resolver algunas cosas en mi búsqueda permanente de la identidad. Aquí tengo que aclarar que no me refiero a la celebración de mi identidad sino a la búsqueda de una identidad desde la cual se haga más fácil entender nuestro mundo. La comparación con los judíos ortodoxos es atrevida, como me lo podría recordar un amigo periodista que trabaja en Francia. No soy un periodista, soy un escritor y me tengo que permitir estas comparaciones para enmarcar mis propuestas, siempre ficticias, siempre imaginarias. La comparación no es justa, los ejemplos nunca lo son, pero en este caso, esta comparación hace visible la contradicción en nuestra ciudadanía, nuestros límites, las fronteras invisibles que nos separan, que separan la capacidad que tenemos de entender el lenguaje del otro.

Esta es la tercera vez consecutiva que intento escribir este texto. Cada vez que lo he hecho he tenido que arrepentirme, limitarme, hacerle caso a la prudencia y detenerme frente a mis enunciados, reconsiderarlos. Este texto no tiene mucho que ver con el Condominio Los Reyes, ni con los judíos ortodoxos, tiene que ver con la masculinidad, con el amor, con la pareja, con la familia, con la Navidad, con esta felicidad deprimente que uno tiene a finales de año.

Se llama Juntos, porque parte de la idea de que lo que hemos logrado, lo hemos logrado juntos. Como soy un treintón formado por los discursos de mi época, quería empezar el relato hablando de la crisis de finales de los noventas, de la forma en la que hemos recuperado una estructura social que estaba perdida, más allá de cualquier conversación que se deba tener sobre la política o el gobierno, estoy hablando del colectivo, de la gente que veo cuando salgo de mi casa, del Condominio Los Reyes, de la calle Gualaquiza, del Parque Bicentenario, del Norte de Quito, del Valle de los Chillos, del Sur, de Cumbayá, de la Mitad del Mundo, estoy hablando de toda la gente que veo en mi caminar diario y de como esa gente ha logrado algo, ha logrado sobrevivir, ha logrado superarse, ha logrado trazar los suficientes puentes como para mantenerse en el mismo lugar en el mismo momento que el resto.

Digo que este texto también tiene que ver con la masculinidad, con el amor, con la pareja, con la familia, porque es un texto que dirige sus imágenes hacia el acuerdo de dos personas de formar un hogar. Aquí también se hace imprescindible desapegarse de la identidad, del nicho, de la creencia, de la cultura, y centrarse en lo más básico, en ese acuerdo. 

De nuevo, como quiero hablar de masculinidad, tengo que empezar mi relato hablando de la crisis de finales de los noventas, fracaso social que fue protagonizado por hombres entrenados supuestamente para cumplir a cabalidad sus cargos. Me pregunto si ese fracaso cambió la estructura más básica de ese acuerdo entre dos personas que deciden formar un hogar. Si es que ese punto de giro en la historia de esta comunidad cambió la forma en la que nos planteamos el hacer pareja, el confiar en alguien, en confiar en sus credenciales, en su rol en la pareja. 

Se hace imposible abarcar en un texto de estos la inmensa multiplicidad de enfoques que existen en los casos de quienes han formado sus hogares, sus parejas, de quienes se han mantenido juntos, de quienes han separado su camino. Se me hace imposible situarme de un lado específico y defender una postura porque siento que el tema de formar pareja es algo que solo puedo entender en mis propios términos. Sin embargo, frente a esa multiplicidad de enfoques y de casos salta hacía mí la idea de que ese contacto, de que ese nexo, de que la voluntad de dos personas de emprender en un proyecto, es la base del funcionamiento del mundo en el que vivo. 

Por eso le quería llamar a este texto Juntos, y también por eso empecé hablando de como este Condominio en el que vivo tiene un carácter que habla de divisiones, que habla de límites en la capacidad que tenemos de entender al resto, porque aunque he hablado de identidad, de familia, de amor, del acontecer del país, de lo único que estoy hablando es de la posibilidad de que sigamos caminando juntos.









Santiago Soto
12/19/14

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