Por qué nos gusta lo que nos gusta

A nadie le gusta que le topen los gustos. Aquellas cosas que amamos con pasión, que consumimos sin importarnos el peso que tengan en nuestras economías, esas que queremos compartir con nuestro amigos que ya nos han aclarado que preferirían que no lo hagamos, esos gustos que asustan, los buenos, los malos, de los que nos enorgullecemos, los que guardamos en secreto, los que nos abren puertas, los que nos cierran piernas, los gustos, nuestros gustos, son la forma que tenemos de relacionarnos con el mundo. 

A partir de la defunción de Roberto Gómez Bolaños se ha abierto el debate sobre el valor de su creación más famosa. Un debate que trata de acercarse a sus efectos sociales, a su valor en el mercado, el valor que tiene para su país, para la región, el significado que tiene para el desarrollo de la comedia. Este debate me ha traído a la mente varios casos , el de los Simpsons, la serie animada con mayor tiempo en rotación, el de La Pareja Feliz, de la cual preferiría no hablar, el de Pulp Fiction, que acaba de ser programada por Cinemark en un ciclo de películas icónicas. Ayer, mientras cicleaba por las inmediaciones del Parque Bicentenario me di cuenta que el caso que más me interesa es el de Juan Fernando Velasco cantando con Pancho Terán la canción del grupo Umbral, A Dónde Vas, como acto telonero para Sting.

Me detuve frente a un hidrante en el tramo recién inaugurado de la calle Isaac Albéniz, parquee mi bicicleta junto a la reja y desde el hidrante contemple a estos dos músicos interpretar la canción más icónica del imaginario rock-pop de la ciudad. El escenario era enorme, las luces por sí solas, un espectáculo. Me gustaba ver gente caminando por este sector de la ciudad, casi siempre olvidado. Me gustaba poder llegar a algún lado en bicicleta solo para curiosear, me gustaba la vida en la ciudad. En medio de esa apreciación, escuché a lo lejos a Juan Fernando presentar al Terán más nombrado y solo me detuve cuando mencionaron que iban a cantar una canción icónica. Por eso me detuve y me paré sobre el hidrante, quería saber cual era la canción que merecía el lugar más visible del acto más masivo de entretenimiento en esta época de fiestas. Cuando mencionaron que la canción tenía treinta años, yo todavía no sabía a qué canción se referían, seguía tratando de encontrar la forma de no abrirme una zanja en las manos con los filos de la reja de la que apenas me podía sostener. Cuando Pancho Terán dijo que ya estaba viejo hice los cálculos y concluí que debía estar en sus cincuentas. Cuando empezaron a tocar la canción, inmediatamente se reprodujo en mi mente ese estado de contemplación que aquella canción suscita.

La línea que más me gusta de esa canción afecta un punto que no controlo de mi sensibilidad, es esa línea que dice drogarse es desarmarse ante esta guerra de locos, esa línea, que recuerdo desde mi infancia, la cual recuerdo con temor, con el temor del dramatismo que propone, de una guerra de la que no tengo consciencia ni memoria, pero que intuyo que estuvo ahí, del caso del personaje que menciona, que desde guagua yo proyecto en la imagen de Charly García, esa línea era según yo hasta muy entrado en mis veintes algo que le había escrito Nito Mestre para que se animara a dejar las drogas en el contexto de la tensiones de la guerra fría, del regreso a medias a la democracia, del temor todavía presente, en los ochentas, a las dictaduras. Muchos años después tuve que cerciorarme de que estaba equivocado, que esa canción le pertenecía a unos ecuatorianos, a unos quiteños que me recuerdan a mis primos más viejos, delgados, con jeans y camisas de lino sueltas, adolescentes de un Quito que todavía no terminaba de cubrirse de los problemas de una ciudad grande pero que tenía un estatus lo suficientemente cosmopolita como para crear poetas de largo aliento, todas estas son imágenes que formula mi yo infante, por eso son tan atractivas, están tan llenas de incógnitas, como una película que nunca he terminado de ver, una buena película.

Ayer, parado sobre el hidrante con las puntas de los alambres clavándose en mis palmas pensaba en Juan Fernando Velasco de quinceañero guitarreando algo desgarrador en una fiesta en una casa bonita, rodeado de adolescentes sudados y atractivos, tímidos pero sexuados, pensaba en alguien en la audiencia dándose cuenta que estaba diciendo cosas tan graves que ocasionaban que los tabúes se rompieran y esa fiesta de chicos de familias prósperas se diluyeran en el encanto de algún tipo de sonido, que se sintieran vulnerables y a la vez emocionados por darle el chance a sus vidas de contagiarse del virus del drama.

Como guionista entiendo muy bien los funcionamientos del encanto del drama, no necesariamente todavía porque pueda dominarlos, sino porque puedo disfrutarlos y en ese disfrute me apoyo para seguir escribiendo, para seguir tratando de encontrar nuevas fórmulas, nuevos sabores para mis historias, fórmulas para poder escribir, justamente, escenas que sucedan en películas como esa que menciono dos párrafos más arriba, esa de los veinteañeros en los ochentas, los que hablan de guerras y drogas y dramas y lo hacen con una guitarra que tocan para conmover a una audiencia entre la que hay gente que odian y otra que aman, o que desean.

Hay todavía muchísimos rincones de la mente humana, muchísimos de sus elementos más básicos que todavía se escapan a nuestras consciencia científica. Muchos de los fenómenos que nos permiten funcionar como seres humanos siguen velados por el misterio de su infinito, a la vez diminuto y etéreo. Se investiga la mecánica cuántica, se plantean escenarios en los cuales humanos, animales, plantas, cosas, elementos, la nada, estamos formados de partículas que reaccionan a la nube de Higgs, a la gravedad, al tiempo y seguimos sin saber, de manera cien por ciento segura, porqué no nos disipamos, o si lo hacemos, de vez en cuando, cuando dormimos por ejemplo, en una nube, nosotros mismos, nuestra consciencia, nuestras gónadas, esas con las que escribimos las canciones o los chistes de un programa televisivo que nos pueda mantener vigentes por décadas.

La noción de identidad ha dominado las tesis que se han podido posicionar con respecto a la Cultura, desde que tengo memoria. La identidad, la memoria, la cultura. A estas tesis me gustaría añadirle la de la narrativa. Creo que la narrativa no es una característica de la Cultura, ni de la ficción, el cine o la literatura. Creo que la narrativa es una característica, por sobre todas las cosas, de la consciencia y como la consciencia sigue siendo un misterio para la ciencia, creo que la narrativa puede tener una conexión con algo más profundo o más básico como el tiempo en sí mismo. Se me hace imposible explicar y aclarar los razonamientos que puedo hacer sobre esta materia en un simple texto de estos. Sin embargo, y porque me emociona, quiero dirigir su atención (la de quienes se hayan podido mantener leyendo hasta este punto del texto), a la conexión que existe, que tiene que existir entre el tiempo y la narrativa. Quiero dirigir su atención a la idea de que la gravedad, como concepto abierto a la consciencia de la gente normal, a la percepción que podamos tener de ella con nuestra limitada educación científica, es imposible sin el tiempo, que tiempo y gravedad se necesitan. Que una no puede existir sin la otra, que le tiempo es el movimiento de algo que se mueve gracias a la gravedad. Para mí, la narrativa es ese movimiento y ese movimiento, como dije antes, no solo es un fenómeno de la literatura o el cine. Está muy presente en la danza, por ejemplo, en la danza que se contempla, y en la danza que se performa, en las direcciones que sentimos que nuestro cuerpo toma del disfrute del movimiento mismo. 

Este es un texto que empieza hablando de gustos y termina hablando de la narrativa, el tiempo y la gravedad. Es un texto que empieza mencionando a Roberto Gómez Bolaños y termina hablando de danza contemporánea, de video danza. Este es un texto que trata de abrir el debate más allá de la coyuntura, de lo que significa un fenómeno mediático en medio de una guerra de locos. Este es un texto que se pregunta por qué el Pancho Terán es mencionado mil veces y yo recién me vengo a enterar que tiene algo que ver con esa canción que yo pensé que era argentina. Algo se está quedando en el medio mientras intentamos discutir estos temas que nos interrogan, algo se cae en ese envío de información con el que tratamos de convencer a los lectores de que hemos encontrado la estructura que rige los mensajes que permiten lucrar a alguien, en nuestra sociedad. Algo se cae y algo rebota, con algo nos quedamos, algo guardamos, algo que nos gusta. De lo que podemos estar orgullosos, o quizá algo que tenemos vergüenza de admitir que disfrutamos. Es la gravedad de nuestros gustos. 

Esos que no se topan.









Santiago Soto
 12/04/14

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