El zigzagueo de la ecuatorianeidad


(Artículo)

A mí me costó sentirme ecuatoriano. Me tomó tiempo. Esa sensación era algo que estaba ahí, como un misterio, hasta que pude empezar a observar las fronteras culturales sutiles que marcaban diferencias entre la forma en la que diferentes grupos se acercaban a la sensación de la ecuatorianeidad.

La ecuatorianeidad puede ser difusa, especialmente en ciertos ámbitos. Me refiero a ciertos ámbitos de la cultura y de las artes. Pero también es una sensación que a lo largo de nuestra no-tan-larga historia como república, se ha ido forjando, capa por capa.

La relación entre Quito y Guayaquil es una que nos ayuda a entender el zigzag de la ecuatorianeidad, en su aspecto difuso, inconcluso, en los efectos secundarios de su aplicación, en su necesidad de prescripción, en su matiz de nacionalismo y también de chauvinismo.

En el extremo, la ecuatorianeidad se encuentra con sus límites de concepto como nación, porque nuestra República contiene varias de las mismas, que parecería que cada vez más, se reconocen como distintas. Lo que pinta un panorama balcánicow, triste, de divisiones y cuentas pendientes.

En ese sentido, la búsqueda del nacionalismo es siempre una construcción. Los seres humanos, alrededor del globo, estamos organizados en nuestros estados, pero nuestros sentires permean estas fronteras artificiales y nos hermanan con otros pueblos.

En el caso ecuatoriano, como andinos, como latinos, como hispanos, como afros, como americanos, estamos conectados en una diversidad de direcciones, con otros pueblos y con otras naciones.

Aún así, nuestra ecuatorianeidad sí es importante y por eso es necesario pensar en ella y rebuscar las formas en las que los discursos nacionalistas se ponen de moda, y con ello levantan corrientes que permiten a sus ciudadanos sentirse parte de un algo que les conecta.

Me ha ayudado entender que para los serranos, al menos aquellos de antaño, la conexión con la colonia y en ese sentido, con su hispanidad, fue una guía profunda y que solo se fue modificando, con el pasar de las décadas y de este par de siglos de forma republicana.

En ese sentido, vale la pena observar a Quito y su evolución desde esa estructura de ciudad mediana, de unos pocos cientos de miles de habitantes, de mediados del siglo veinte, a la metrópoli de millones de seres humanos que hacen de la misma, su hogar.

El boom petrolero, pero también la dictadura nacionalista en los setentas, modificaron la ciudad. No se habla mucho de nuestra dictadura, y de las dictaduras en Latinoamérica tenemos recuerdos graves. En el caso ecuatoriano, la misma tuvo un matiz particular, y sus efectos fueron también particulares.

Uno de esos fue que Quito dejó de ser una ciudad que se entendía a sí misma desde su matriz colonial. El antiguo casco español fue reemplazado y desplazado por la modernidad del concreto. Al norte se construyó un nuevo centro que hizo de una especie de nueva capital, en la cual aún muchos quiteños serían solamente actores secundarios, dado que la misma estaría poblada por miembros de una especie de nueva clase social, compuesta por parte de las fuerzas del orden, y un numeroso grupo de funcionarios.

En ese sentido, nuestros setentas fueron un petit ensayo de algo así como un comunismo nacionalista. Definición totalmente inexacta, pero que logra, quizá vía escándalo, dibujar el nivel de inclinación que se logró en términos culturales, al momento de transformar una ciudad todavía encerrada en los arquetipos de la serranía, en otra ciudad, con un mestizaje presente y vigorizado por una redistribución que se logró a partir del filtro que pusieron las estructuras estatales, a la renta petrolera.

Que por cierto, pronto quedó amarrada en los oscuros corredores de la deuda y los engañosos rostros de quienes la controlan.

Durante los años ochentas, noventas y parte de los dosmiles, habiendo regresado a la democracia, pero con una renta petrolera en declive, en Quito se sintieron los zigzagueos culturales, que vinieron con la escasez de recursos. Aparecieron de nuevo, espacios de simulacro de las antiguas formas serranas. Con colegios temáticos, especializados en dibujar sentidos de diferencia entre los alumnos, cuyos padres buscaban orientar las vidas de sus hijos, dándoles tintes de progreso, a sus procesos educativos, asociándolos con las imágenes inspiradoras del desarrollo de otras naciones. 

El colegio se convertía en una especie de segunda nacionalidad, en los ochentas, noventas y dosmiles, que permitía sentir a los padres, que sus futuras generaciones estarían liberadas de algunas de las contradicciones de nuestra ecuatorianeidad.

Esas burbujas de desplazamiento de la idea de la identidad, tuvieron su auge y su ocaso. Ocaso porque cuando el país empezó a vivir de las remesas que mandaban los trabajadores, que en muchos casos sacrificaban sus familias y sus hogares, empujando el desarrollo estadounidense, español, italiano y demás, un sentimiento de ecuatorianeidad volvió a sentirse muy presente.

Así, a principios de este milenio, los artistas de la escena musical popular tenían mucha más relevancia que sus colegas urbanos cosmopolitas. Los cantos de estos representantes de ese Ecuador movilizado por la migración, tejían el antiguo molde de la identidad nacional forjado por los ritmos tradicionales, con los pasitos electrónicos de la tecnocumbia. Una mezcla del ser andino, el caribeño y el hispano, que le daba una identidad reconstruida a un pueblo esparcido por medio globo.

En ese sentido, el momento tan contestado y problemático que ocupa la revolución y la anti revolución de finales de los dosmiles, tiene un cariz de regreso a la búsqueda del feeling de ecuatorianeidad y de forma análoga con los años setentas, lo hace a través de un proceso redistributivo de la renta petrolera.

Hablar de esta última sección es casi imposible. Ha habido tantos conflictos que esta última parte de la historia todavía parece un tejido inflamado.

Por eso es válido tomar cierta distancia y meditar desde la ciudad. Es posible encontrar en los cambios que ha experimentado Quito, hacia adentro y en relación con el conjunto de país, incluyendo su hermandad con Guayaquil, un mapa del significado, siempre cambiante de lo que es ser ecuatoriano.

Santiago Gabriel Soto 

08 de Agosto de 2020

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