Esos otros noventas

No quiero estar demasiado viejo para poder decirles esto y que me entiendan, aunque siento que a parte de la escena, yo ya no les puedo comunicar mucho, o que de alguna manera, nunca lo hice, quién sabe por qué.

Pero tengo esta idea clara, que es que yo vi a la generación de mi hermano mayor, hacer proyectos artísticos, muy bonitos. Estos son los manes que en los noventas eran veinteañeros y sus obras tenían un matiz bacán porque no era ese que se hizo famoso, de las bandas más duras, que fueron las que más sentido tuvieron para el tiempo de la crisis.

Sino más bien, eran bandas de rock, de una clase media que pronto iba a desaparecer, por la necesidad, que iba a impedir que se siguieran destinando fondos y esfuerzos para la creatividad de estos jóvenes, pero que habían crecido viendo a Soda (y a Maná) triunfar, y hacer un espacio en el imaginario del rock, para los latinoamericanos.

Lo que me pasó a mí, que se volvió uno de mis motores de acción como artista, fue que me quedé con las ganas de que esos proyectos salieran adelante.

Pero en ese tiempo se mezclaron dos elementos que fueron funestos para que eso pasara.

Por un lado estaba el aspecto de la crisis económica, que trajo consigo mucha confusión, porque nadie sabía explicar claramente qué era lo que estaba pasando. Solo se sabía que había una deuda impagable y que aunque ganamos la Guerra del Cenepa, en realidad, económicamente, salimos perdiendo, lo que al final llevó hasta a que perdiéramos la moneda.

Eso generó una ola de fatalismo, con respecto al Ecuador, entre esos que eran los veinteañeros, de los noventas.

Por otro lado estaba una fascinación total con la idea de lo global, porque uno prendía la tele y veía a los Estados Unidos y a Europa Occidental, estar disfrutando de los beneficios de la globalización, de una manera estupenda. Lo que en términos de sus industrias culturales significó que sus producciones llegaron a niveles de producción muy superiores.

Esa gran diferencia, que entonces se generó entre las producciones latinoamericanas, y ni se diga, ecuatorianas, y las obras que eran rotuladas como globales, hizo trizas mucho de los sueños de esa generación, que en muchos casos terminó dedicándose a otras cosas, para sustentar sus hogares.

Creo que eso fue fatal para nosotros como comunidad porque nos quedamos sin esa parte tan importante de la cultura, que es la más divertida y vital, que acarrea a los adolescentes detrás y que a manera de enseñanzas de sus hermanos mayores, les guía hacia una adultez, rejuvenecida por los conceptos que ellos van modificando y que reflejan en sus canciones.

No se debe cortar la cadena de transmisión de ese tipo de información emocional en una sociedad. No se debe reemplazar simplemente por una importación masiva de cultura, simplemente porque esta viene con mejor factura.

Tampoco es necesario cerrar el país y volcarse al nacionalismo.

Por eso es que nunca me convenció del todo la gente que decía: yo no tengo que apoyar algo solamente por ser ecuatoriano, sino que voy a consumir lo que me parezca bueno, porque ese argumento pasaba por alto dos cosas.

La primera, que mucho de lo que nos llamaba tanto la atención de estas obras, más producidas, era su técnica. Es decir, que contaban con mecanismos, por ejemplo, de filmación de videoclips, mucho más sofisticados que los nuestros.

Y la segunda, que las obras no solo pueden ser juzgadas por su forma sino también por eso que nos dicen. Y algo que es seguro es que en ese tiempo no entendíamos tanto de qué chuchas hablaban estas canciones que escuchábamos con tanta devoción porque sonaban tan bacanes. Aún después de vivir en EEUU y de poder manejar el inglés para graduarme de una maestría, escribiendo ensayos con un lenguaje académico, puedo decir, que muchas de las cosas que las canciones de grunge dicen, en Ecuador no terminan de poder ser entendidas. Hay mucho de lo que dicen que queda perdido en la traducción, por así decirlo.

En suma, no debimos tirar al trasto tan fácilmente lo que se hacía aquí solamente porque nos parecía que teníamos el derecho a consumir, con los mismos estándares que un chico de Chicago, o de Missouri.

Y además, si es que la producción local no nos satisfacía, siempre podíamos meternos para hacer lo nuestro y mejorar lo que hacía falta.

Nos quedamos huérfanos, en ese proceso. Y de esa ausencia surgieron vacíos que nos obligaron a empezar e cero, en lugar de aprovechar lo que la generación anterior a la nuestra ya había aprendido.

Nos dimos un tiro en la pierna!

No debe pasar eso, de nuevo.


Santiago Gabriel Soto

28 de Junio de 2020

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