Países desarrollados, países agotados

Los países desarrollados, no son desarrollados, son agotados. Son países que han acabado con sus recursos naturales y que necesitan de otros países, de sus recursos y su gente para mantenerse vivos. En el ámbito de la fuerza, son las armas las que sostienen este mecanismo. En el ámbito de las ideas, es la cultura la que sostiene este mecanismo.

Aquí hay que hacer énfasis en los niños. En la forma en la que los niños aprenden a relacionarse con el mundo en el que viven.

Yo siempre cuento la anécdota de que un día, muy temprano, aprendí que la mayoría de las cosas que me gustaban no eran hechas aquí. Así es que muy temprano sufrí la decepción de que lo que supuestamente era un país, ese lugar que nos da cobijo y protección, en nuestro caso no significaba eso realmente. Al menos desde la perspectiva del consumo, que es algo a lo que los niños son especialmente susceptibles. El problema es qué hay gente en nuestros países, que se beneficia de ser los intermediarios de esas transacciones que en su sentido más básico tienen valor. Sin embargo, se vuelven perjudiciales cuando perdemos de vista el efecto que tienen en la comunidad como un conjunto.

En Quito, gracias al boom petrolero se generó una clase media que servía como contrapunto a la relación feudal que guiaba nuestras comunidades hasta esa época. El problema fue que los hijos de esos padres de clase media, fuimos criados pensando en acceder a estándares de consumo que a la vez nos generaban una sensación constante de insatisfacción y por otro lado, minaban la confianza que cualquier ser humano necesita tener en su comunidad. Dado que ningún individuo, por heroico que sea el discurso del self-made-man sobrevive en soledad. En soledad somos más débiles que muchos de los otros seres que viven en nuestro planeta.

La pregunta entonces es, ya que el camino de las armas está siempre equivocado: de qué manera, la Cultura atiende la necesidad de que nuestros niños aprendan a confiar en su comunidad y valorar, más allá de los estándares de consumo no-sustentables, la riqueza que sí está a su alrededor. Una riqueza menos plástica y no sólo material sino también humana y social.

Los artistas son las personas llamadas a pensar en estos problemas; a analizar los mecanismos de representación que pueden cambiar para ayudar a corregir esta visión depredadora del desarrollo que no va a salvar a la humanidad (ni aquí, ni allá).

La primera cosa que puede atenderse, y que lo hacen los hombres de negocios que creen en la programación neuro lingüística, pero con fines de acumulación, es el lenguaje.
Hay que liberar el lenguaje de los mecanismos que nos hacen reproducir una estructura jerárquica ajena a las necesidades que tenemos al frente.

Últimamente me gusta mucho la palabra longo, para referirme a cualquier persona de aquí, de un aquí que va más allá de las fronteras geográficas. Es una palabra que me sirve para entender el sentido de igualdad que debe primar en la humanidad. Así, hay longos gringos, longos latinos, longos españoles, longos grandes y longos chiquitos; longos viejos y longos jóvenes; longos feos y longos lindos. Pero ese es solo un ejemplo personal de esa libertad que podemos otorgarle a una palabra. Cada uno tiene la oportunidad de hacer estos ejercicios.

El primer trabajo que tuvo el humano, cuando se convirtió en humano, más allá del género en el artículo, fue nombrar a los elementos que tenía a su alrededor; a nombrarse a sí mismo. Como no escribía todavía, el primer profesional humano no podía ser escritor. El primer trabajo que tuvo ese ser humano que se llamó a sí mismo fue el ser poeta; el darle valor al sonido y al sentido de su palabra.

La palabra que nos devuelva ese sentido de igualdad debe ser utilizada con sabiduría y con cariño.





Santiago Soto
02/27/2017

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