Perfil: Buvette, el suizo

Este man es un capo. Cuando le conocí, este suizo omoto estaba tocando en un bar de Williamsburg, el Glasslands, que desapareció poco tiempo después. Quedé tan impresionado por sus composiciones, en especial Tarot Cards, uno de esos temas que emociona en el mismo lugar que el amor a primera vista, que decidí quedarme conversando con él y su productor Manuel Oberholzer (Le Feldermelder). Resultó que estaba de paso por NYC como parte de un festival que se apoderaba de varios escenarios en toda la ciudad, algo underground.

Charlando con Cedric, logré entender que mi visión, desde Latinoamérica, de la movida musical del primer mundo sufría de un exceso de intermediarios. Aunque Cedric era un compositor genial, él mismo insistía en aclararme que en Vevey, el pueblo del que él venía, sufría de menosprecio; que allá- igual que acá, pensé yo- el camino de un artista parte de esa noción de riesgo y precariedad. En el primer mundo- ese eufemismo- la gente también es gente. También se sufre.

Buvette- me dijo- es kioskito de pan; algo sin importancia, me aclaró. Tratando de aclararme que la admiración que yo sentí por su show, tenía que tener en cuenta su simple humanidad. El suizo, cuya novia mexicana iba a visitar en pocos meses en los que trasladaría su residencia a la patria de Pancho Villa, quería que yo me fuera con la idea bien clara de que no había nada en Buvette (su persona artística) que fuera muy distinto a mi identidad ecuatoriana.

Al quitarme el velo de la cabeza, me invitó a quitarle el velo al sometimiento con el que solemos menospreciar el trabajo del vecino en Quito. Había que creer. El contacto con Cedric fue una especie de bautizo. Ya no era necesario estar atrapado en la sombra de esos ídolos mediáticos como Bowie. Un tipo como yo, que estaba haciendo lo que yo sabía que puede hacer, me invitaba a abrazar mi destino.




Santiago Soto
02/27/2017

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