Retratos de lugares: El Rosario

Entre la Nazacota Puento y la Luis Tufiño, desde La Prensa a la Real Audiencia, de alguna manera se puede decir que uno está en El Rosario.

El Rosario es un barrio, aunque este apelativo no se usa demasiado en esta parte de la ciudad. La palabra barrio está relacionada más con aquellos del centro, o quizá aún del pequeño norte y sur que se extendieron de él. A estas alturas del distrito, la palabra barrio se pierde entre las nociones de ciudadela, urbanización, conjunto, condominio, sector, parroquia y hasta pueblo. Digo esto último porque Cotocollao, como pueblo, pese a que fue devorado por la ciudad, nunca dejó de existir y la forma de entender los diferentes barrios, desde la visión de la ciudad, es diferente a aquella que se logra cuando se piensa desde la visión del pueblo.

El Rosario tiene madrina y me refiero, distanciándome de la costumbre de pensar a Latinoamérica desde la pornomiseria, a otro tipo de figura y es la de la maestra Angélica Carrillo, que enfrenta con su pecho de metal (me estoy refiriendo a un busto escultórico) a los visitantes que ingresan a El Rosario por la avenida que lleva el nombre de su gremio.

Una parte importante de El Rosario está conformada por casas constuidas a partir de finales de los sesentas. Casas que cumplen con las directrices de la escuela alemana Bauhaus y que por tanto se asemejan a cajas de zapatos, esculpidas con bloque y cemento, pintadas de manera modernista, con colores simples que decorar su muros y lozas contundentes. Los habitantes de estas cajas, son en su mayoría personas de la tercera edad que llegaron a este suburbio de Quito persiguiendo un estilo de vida similar al que retrataban las películas americanas, por lo que, pieza clave de su diseño arquitectónico es el jardín y aún más, lo es el parqueadero.

Como montado sobre El Rosario, se encuentra otro barrio, mucho más nombrado, que recuerda al general de Atahualpa: La Rumiñahui. Como su artículo es femenino, es difícil entender si es que nos referimos a un barrio, a una ciudadela o a una urbanización. Un detalle clave que se puede anotar cuando se la compara con El Rosario, es que fue pensada como un espacio para habitantes que no contaran con un vehículo, puesto que las casas originales, que todavía pueden ser observadas, entre tantas otras que crecieron estructuralmente, es que no cuentan con parqueadero. La Rumiñahui también está desprovista de veredas. Muchas de sus calles llevan nombres indígenas, de personajes cuya memoria ha sido borrada con el tiempo.

Además de aquellas grandes casas cuadradas de lozas contundentes, en El Rosario se encuentran variaciones menos alemanas de la misma idea de estilo de vida en las afueras de la ciudad. Así como fueron pasando los años, se construyeron otras casas, de igual magnitud, pero en estilos arquitectónicos diferentes. Uno puede observar como sus dueños prefirieron distanciarse de las formas rectangulares y volvieron a inclinar los techos. Hay también quienes prefirieron mantener las casas de un piso y hasta hace pocos meses una de estas casas todavía podía observarse a simple vista gracias a que sus dueños no habían decidido encerrarse detrás de grandes muros o cerramientos, como sí lo han hecho la mayoría de vecinos que tienen sus casas a la calle.

Podría dedicarse un texto entero a analizar el tipo de condiciones sociales que hicieron que en este barrio, pero también en muchas otras partes del distrito, la gente decidiera fortificar sus propiedades. Habría que problematizar este tema, aclarando que no siempre las percepciones de inseguridad están libres de prejuicios.

Las Villas Aurora, es otro de los grupos de casas que forman parte de los alrededores o incluso de las divisiones internas de El Rosario. Este grupo de casas, originalmente de un piso; techos inclinados; colores llamativos; jardines coquetos y un parque que conoció tiempos muy convulsos, ahora ya no puede reconocerse en la uniformidad de los tempranos ochentas en los que vivió su apogeo. Dicen que en aquellos tiempos, la comunidad disfrutaba de la vitalidad de la juventud que se reunía a disfrutar de las tardes y fortalecía entre las familias los lazos de amistad. En los peores años del país y de la ciudad, las Villas Aurora sufrieron mucho por su cercanía al Mercado de La Ofelia, en las que reinó la anarquía debido a que los hogares estuvieron, como los del resto del país, haciendo lo imposible por salir adelante. Lo que muchas veces implicó que los jóvenes perdieran el rumbo.

En la esquina Noroccidental de El Rosario, se encuentra uno de sus lugares clave, no tanto por el aporte en el ornato, ni tampoco necesariamente por su coherencia económica, pero que sin duda ha sido utilizado por la mayoría de los vecinos, me refiero al Mico, o como se lo conoce actualmente, el Hiper Market de la Corporación El Rosado. Antaño, antes de llevar un apelativo tan magno, era un supermercado, que se caracterizaba por contar con un pequeño carrusel, del cual los niños éramos muy adeptos. El carrusel desapareció sin mayores aspavientos hace unos veinte años. En su lugar, el supermercado, siguiendo la lógica de muchos otros vecinos, también cercó el establecimiento. Lo hizo con una reja que no pretende conciliar su forma con la estética y que terminó de clavar otra de las púas en la corona de El Rosario.

Yo vivo en un conjunto de setenta y un casas, que no es único en el barrio. A la vuelta de la esquina, el conjunto en el que vivo tiene un hermano gemelo, construido por la misma empresa chilena, utilizando el mismo modelo de casas, pintadas del mismo color blanco hueso (al menos originalmente) y cuyo estilo se ve replicado en muchas otras partes de la ciudad. La primera vez que caí en cuenta de que vivíamos en un proyecto habitacional estandarizado y muchas veces replicado, sentí el mismo efecto que producen algunos cuentos de fantasía o ciencia ficción. Los muchachos de ambos conjuntos nos vimos entonces en una relación antagónica en el territorio futbolístico y en el capítulo más oscuro de nuestra relación de vecindad, en una pelea por fiestas de Quito.

Así como este par de conjuntos, construidos a finales de la década de los setenta. Momento en el cuál, más arriba, en Cotocollao, el desarrollo habitacional culminó en el gran hallazgo arqueológico de la aldea agro-alfarera de Cotocollao, que data del año 1500 A.C., hay algunos otros conjuntos que se construyeron en los siguientes años y décadas. El último de los cuales debe haber sido erigido en los noventas, con casas y departamentos de tamaños aún menores que el de los nuestros, que ya dejan de ser comparables con las grandes casas Bauhaus, de los maestros sesenteros. Una serie de conjuntos que se construyeron hacia la avenida del maestro y cuyas casas recuerdan también a estos, llevan inscrito el nombre expreso de El Rosario, quizá por motivos de mercado, que les llevaban a especificar la diferencia con respecto a la más tradicional Ofelia, miembro importantísimo de Cotocollao.

Si es que ven graffittis en El Rosario que pintan las letras MB, no piensen que se trata de algún artista urbano. MB responde a las iniciales de una barra brava. Un detalle que le resta, en lugar de adornarle, al barrio.


Santiago Soto
02/23/2017

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