Ajustes a la Cultura de la Imagen

La Ofelia es testigo de dos verdades contradictorias, la primera, un alto grado de peligrosidad y la segunda, un excelente mercado de alimentos. La ciudad está llena de estas imágenes ambiguas, algo que para la cultura de la imagen resulta un conflicto no resuelto. Cualquier señalamiento que pueda hacer sobre la cultura de la imagen va a sonar impuesto, sin embargo, en beneficio del argumento me voy a permitir encerrar a la cultura de la imagen contemporánea en una esfera distinta a la de la evolución humana del uso de las imágenes. De hecho, voy a intentar enfrentar la cultura de la imagen contemporánea con un escenario local que, debido a sus particularidades, solo conoce de una cultura de la imagen reciente, al menos, en los términos en los que se vive ahora.

Este micro ensayo surgió de una necesidad terapéutica, apunta hacia encontrar en la cultura de la imagen, cuentas pendientes, propuestas que para el habitante de esta ciudad quedan sueltas de una manera no-del-todo inofensiva. El mundo de la mente humana sigue siendo misterioso, pese a todos los avances de la ciencia nos resulta todavía necesario ubicar con precisión algunos de los fenómenos que permiten nuestro funcionamiento. En ese sentido, la exploración de la relación entre la cultura de la imagen y la capacidad que tiene un individuo de relacionarse con su entorno táctil se puede comprender como un terreno abierto. 

La cultura de la imagen nace forzosamente en este cuento apropiándose de la cultura en sí. En vaga referencia al homo videns, se afianza, en el contexto hiper-local en un momento en el que la ciudad sueña con superar los límites que le impone su geografía física y humana. La cultura de la imagen es una especie de medicamento purgante, una trituradora de los conflictos que la esfera táctil entrega día a día a los ciudadanos. Varias décadas después, es curioso encontrarse con que la cultura de la imagen no ha cambiado de manera significativa el escenario de los conflictos de significado, como el barrio de la Ofelia, de hecho en cierta forma ha convertido a las nuevas generaciones en individuos menos capaces de ver la vereda en la que están tratando de caminar mientras chatean con su teléfono.

La historia de los artefactos que funcionaron como la columna vertebral de la explosión de la cultura de la imagen durante estas últimas décadas, es una cadena de muchísimos eslabones que culmina con la llegada del smartphone. Hubo gente que vivió el desarrollo de esta nueva propuesta de observar, más cosmopolita y global, aparecer como resultado de un mundo sin fronteras económicas que se hiciera posible tras la desmitificación aparente de los excesos que podía cometer un modelo económico único. Hubo también quienes nacieron impedidos para observar con sus propios ojos el contraste entre el universo táctil y la manera de decodificarlo propuesta por los aparatos. La mía es una perspectiva que ubico entre ambas. 

Cuando uno es testigo del entusiasmo que produce una determinada época, y además, es capaz de encontrar suficientes sucesos en la propia vida como para señalar las consecuencias de aquel entusiasmo, es recordado constantemente que existe una manera de ver las cosas propuesta por ese entusiasmo. Es aquí donde la lógica industrial acapara ambos extremos del embrollo y ubica al ser humano, tanto en un ambiente urbano agresivo y a su vez, delante de un aparato que suaviza el ambiente, un aparato que lo convierte en un ser pasivo. 

Este micro ensayo nació de una necesidad terapéutica, del momento en el que el escenario y el aparato se enfrentan de manera directa. Como cuando el eslogan de una medicina contradice el efecto que su uso ha tenido en tu organismo. Este micro ensayo surge por la necesidad de encontrar un index, un botón de reversa, que sirva para ocuparse del mundo en el que vivimos de forma activa, para asimilar las consecuencias de treinta años de cultura de la imagen y hacer táctil la necesidad de remover los escombros que ocupan esta ciudad, con las propias manos.






Santiago Soto
09/10/14

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