La Importancia de Tener 24

Cuando tenían veinte y cuatro, mis padres se conocieron, un año más tarde se casaron y a los veinte y siete tuvieron su primer hijo. Yo les cogí a los treinta y dos, la edad que tengo ahora, desde dónde les observo al final del pasillo los días que vienen a dormir acá, en Cotocollao. Hace pocos días decidí que tenía que dejar de intentar tener un noviazgo con una chica que tiene veinte y cuatro años, lo hice después de una serie de largas conversaciones con uno de esos amigos que uno trae consigo desde los seis años y con quien nos hemos podido ver gracias a una coincidencia en su trajín profesional que le ha traído de regreso a Ecuador por un par de semanas. En base a la evidencia pude aterrizar ese criterio, con la suficiente sensatez como para reconocer que las diferencias generacionales que existen entre esa veinticuatroañera y yo, son irreconciliables. En cierta forma esas diferencias se basan en beneficios que ha traído la revolución ciudadana a la siguiente generación y que hace que vivir sus veinte y cuatro años sea muy distinto a lo que a mí me tocó vivir. 

Cuando yo tenía veinte y cuatro estaba enamorado de una mujer excepcional. La hija de unos profesores universitarios latinoamericanos que migraron a Estados Unidos por diferentes razones. Una latina culta y sensible, además de muy bella, que afortunadamente decidió darme la oportunidad de ser su novio mientras ella atravesaba su semestre de intercambio en esta tierra, que después, y no puedo descontarme entre las razones, se convirtió en un año de intercambio cuando les pidió a sus padres el apoyo para poder quedarse. Digo que era una mujer excepcional porque cumplía con ciertas características que solo me parecen posibles cuando a todos los beneficios que le traía el haberse formado en un hogar rodeada de tantas y tan buenas ideas, su padre era profesor de literatura y su madre de español, tienen que sumarse a las dificultades que cualquier latino sufre en los Estados Unidos, lo que hicieron de ella una mezcla de privilegio y humildad que permitía creer que sería una muy buena escritora, esposa y madre. Desafortunadamente y esto es algo que pude comprender con el tiempo y gracias a experiencias no del todo traumáticas, mi futuro económico era demasiado impredecible pese a haber sido el mejor estudiante de mi colegio y un estudiante muy apreciado de mi facultad en una universidad que me apoyó con una beca completa gracias a mis méritos académicos, esto, tomando en cuenta que mi carrera tenía los suficientes componentes técnicos y prácticos como para supuestamente prometer la posibilidad de emplearse una vez graduado. 

Aquí es cuando vienen las diferencias generacionales irreconciliables, porque el panorama que están viviendo los veinticuatroañeros de tiempos de la revolución ciudadana es algo que hace ocho años era completamente impensable. Existen muchas y mejores plazas de trabajo, amén de todas las críticas que se le puedan hacer a la sustentabilidad del proyecto económico que permite sus ingresos. Veo a chicas como aquella de la que intenté enamorarme, beneficiarse de ese sentido de estabilidad que definitivamente marca la forma en la que uno concibe, no solo su propia carrera, sino también la formación de una pareja y las posibilidades de concretar ese proyecto en un hogar en el cual disfrutar, con todos los sacrificios que implica, de la vida en familia. Esto también, va más allá de las perspectivas de género que han cambiado el balance de fuerzas entre los cónyuges y que se podría contar como uno de los beneficios, no necesariamente de un proyecto político, sino también de que, después de tantos años de parálisis y gracias al sacrificio de mi generación, al menos en parte, el Ecuador ha avanzado todos los pasos que la crisis de los noventa no nos permitió avanzar. 







Santiago Soto
08/16/14

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