La Generación Sin-Moda

Mi sentido de la moda se detuvo abruptamente. Hace pocos días conversando con un amigo del colegio recordábamos unos zapatos que había tenido yo en cuarto curso. Eran mis bienes más preciados. Ya habían pasado varias generaciones de zapatos deportivos (y un par de zapatos casuales) que construían la historia de mi gusto en el calzado. Así mismo, recuerdo perfectamente una chaqueta muy cara que mi padre me compró con disgusto. Lo más cerca que alguna vez estuve del look del perfecto x-gamer fue una cadena que compré en el tercer piso del Jardín. Acabo de caer en cuenta que estoy evitando nombrar las marcas. Tuve una camiseta que estaba tan adelante en el sentido de la moda que cuando llegaba a la plaza de toros con ella y con unas gafas que estaban hechas completamente de plástico transparente amarillo, sentí que mi olfato en el vestir estaba llevándome a lugares a los que quizá nunca quise llegar. 

El punto en el que mi sentido de la moda se detuvo estuvo cargado de animadversión adolescente. No fue fácil para mí, deshacerme de todas esas lecciones que había aprendido tan costosamente, no quería dejar de disfrutar de ese lado de la vida. La mía, era una vida, que por ahí de los catorce, identificaba el olor de ropa nueva con el de la chica que me gustaba y también, supongo, con la ropa que ella usaba. La moda era nuestro lenguaje. Nuestros padres no nos entendían, nosotros tampoco nos entendíamos pero sabíamos reconocer cuando alguno de nuestros contemporáneos fallaba. Vale la pena deslindar este tipo de afectos de otro tipo de emociones más elevadas, estamos simplemente hablando de ropa. Sabíamos que tales o cuales zapatos eran más o menos cómodos, sabíamos que un pantalón podía raspar o cubrir, que una camiseta te podía hacer sentir como un completo deforme (a veces, porque estaba tan mal hecha que deformaba la forma de tu cuerpo). Los colores y las texturas que lográbamos reconocer hacían creer que algún día podríamos ser Matisse.

Sin embargo, mi sentido de la moda se detuvo. Sobrevivió durante años, y sigue ahí vivo, para conversar conmigo cada vez que tenemos las ganas de vernos. Muchas veces sirve para entender cosas del arte, de la sociedad, de la cultura, a veces simplemente se convierte en deseo. El mundo sin moda es un mundo gris, y en el caso de Quito es también verdoso, azulado y habano. Las calles se vuelven más parecidas a las canteras de las que sacamos los materiales con las que las fabricamos, igual los edificios, las tiendas y los restaurantes. El almuerzo de a dolar (que ahora ya va por los tres) sabe distinto si es que uno imagina a todos los alimentos de un color amarillo lavado tirando a blanco. Por muchos años Quito fue así. Ese era el Quito de la Generación Sin-Moda.



Santiago Soto
09/16/14

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