Memoria y Destino

Cuando me propongo escribir uno de estos textos, sé que lo hago desde el sufrimiento. Desde el millón de veces que me he equivocado en la vida y desde la manera en las que estas equivocaciones me han atrapado en sus ruinas. La exploración de mi humanidad pretende que el cambio sea simple, que dure lo mismo que dura una canción, que mis dudas se resuelvan con un dardo. En el camino me detengo a escuchar a mis amigos, los pocos que me quedan y recuerdo que hubo tiempos en los que podía actuar sin tanta prisa, sin sumergirme en la bulla de la ciudad, en los que podía inspeccionar, uno a uno los animales que disfrutaban del jardín de mi casa.

El jardín sigue siendo mi lugar preferido. Es el jardín en el que un día cavé un hueco y escondí mi juguete favorito, pensando que de esa manera lo iba a proteger, lo podría mantener, podría evitar que se me perdiera. Apenas me descuidé, algún vecino, más astuto que yo, lo desenterró y seguro jugó con él mucho más de lo que yo lo pude hacer. Esa metáfora todavía se aplica a algunas de las cosas que más amo y que no me atrevo a soltar aunque ya no las puedo disfrutar como antes. Por eso dejo que los textos construyan, que complementen mi experiencia de vida con imágenes que alteren el destino que tuvo este lugar. 

Al verme adulto pienso en tener hijos y en la responsabilidad que tendré de entregarles un padre que sirva para algo, uno que haya luchado por sus sueños, lo suficiente como para creerse cuando intente guiarlos en sus propias decisiones. Tengo miedo, pero más que eso, rabia, por no haber encontrado todavía un eslogan para el amor, una frase que haga que ese sentimiento tenga sentido. Claro que es posible perderse infinitamente en conversaciones filosóficas sobre la política de nuestros tiempos, también se puede elegir el camino de la disuasión y el escape. Por eso decidí llamar así a este texto, porque siento que me encuentro vibrando a la velocidad en la que la memoria se convierte en destino.





Santiago Soto
10/22/14

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