La Lucha de Clases, a medias

A nadie le gusta que le topen los gustos. El tipo de música que una persona escucha es un medidor del grupo al que pertenece. La ropa que usa sirve para señalar su sentido más abstracto de la estética, los libros que lee generan sospechas, si es que come con cuchara, quizá la cosa se ponga muy compleja. Hace algunos años, más de una decena, la música cambió. En ese continuo reciclaje de ideas que se incorporan al mainstream, lo que con mis amigos veníamos escuchando durante la secundaria perdió su vigencia mucho más rápido del tiempo que nos tomó el hacernos de los cds y cassettes que contenían los éxitos que nos definían. Era música para tontos, dicen ahora. 

He logrado rastrear vagamente la punta de la moda, en el ámbito musical, gracias a una búsqueda contínua de pistas, regadas en decenas de entrevistas informales que he hecho a miembros de mi comunidad y mi ciudad. La última que apareció en esa sucesión de peldaños que nos ha llevado al escenario contemporáneo, se llama Cesar Costa. Como mis investigaciones están limitadas a las pocas herramientas teóricas que tengo para clasificar los datos que recolecto, tengo que entender a Cesar Costa, junto con Enrique Guzmán, como algunos de los jinetes del apocalípsis. Transcurrían los setentas y Quito ya había dejado de ser la ciudad inocente en la que la gente prefería refugiarse en sus miedos, antes de andarlos ventilando en la esquina. Si no se ubica, al menos ligeramente, la llegada del Rebelde Mexicano, una versión del teenager inventado por James Dean, no es posible tampoco comprender, como, con la llegada del siglo veinte y uno, un buen pedazo de la clase media, vio sus gustos transformados en el index de su ignorancia cuando la noción de que uno es joven por estar en sus veintes, se hiciera mierda. 

Los normcorers han servido para hacer visible la posibilidad de un individuo que trasciende su generación gracias al espíritu con el que sus gustos rejuvenecen su aura. Vivimos en un tiempo sin edades, un tiempo en el que el acceso, es lo más cercano que hemos estado de encontrar la fuente de la eterna juventud y mientras ese acceso esté reflejado en el playlist de nuestro ipod, nunca se nos hará difícil conseguir las maravillas que nuestra sociedad tiene para ofrecer. Los excluídos, los que no saben recorrer los peldaños de la escalera hacia el buen gusto, esos sí, tendrán que envejecer como cualquiera.

Por eso he denominado este micro-ensayo, la lucha de clases, a medias. Porque la Clase Media es el protagonista de esta batalla por sus vísceras. Día a día se construyen nuevos edificios en Quito, y podrán cruzar sus dinteles, aquellos que, a través del dispositivo de su preferencia, logren ejecutar su inteligencia, con la frialdad que ahora es necesaria para tener éxito en la vida. La deuda, aparentemente, es una carga que se puede llevar a cuestas, ya que a la final, se espera que su peso se distribuya entre quienes estén por debajo del endeudado, en la pirámide que hace que Quito se parezca a una pequeña babilonia. Pocos de ellos, son o fueron mis amigos, y algunos, los más entendidos, seguramente también intentaron armar el mapa de la escalera hacia el buen gusto, hacia la palabra justa, hacia el grupo de bandas que certificará, que, sin importar cual sea el candidato de su preferencia, ellos puedan observar la batalla, desde la comodidad de sus terrazas.






Santiago Soto
10/28/14

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