La importancia de mezclar temas (el porqué de mi tendencia a buscar el pensamiento lateral)

Desde hace unos días estaba con ganas de escribir una de estas notas sobre el enfrentamiento que existe en la esfera musical (rockera), de influencias provenientes de tres fuentes: México, Argentina y Estados Unidos. Sin embargo, me detuve frente a la posibilidad de escribir ese texto porque intuí que desde el título, el tratamiento que intentaba darle a ese pensamiento podía quedarse atrapado en un círculo de violencia textual, en un reclamo, una queja, ese producto comunicacional tan presente en las redes sociales que parecería reemplazar al deseo de gritar alguna verdad a medias.

Iba a llamar al texto: Entre Mexicanos, Argentinos y Gringos. Con aquella nota pensaba referirme a una cierta continuidad que he logrado armar en mi cabeza con respecto a la cadena de escenas musicales que entiendo se dieron en el ambiente musical de la ciudad a lo largo del siglo veinte. Me detuve, de nuevo, porque al hablar de gustos musicales es difícil sobrepasar el apego que la gente siente por sus ídolos e intentar alcanzar un enfoque objetivo me iba a obligar a deshacerme de ciertas perspectivas románticas que guardo sobre algunos de los artistas que más disfruto (en mi caso, muchos de ellos gringos).

En medio de todo esto, esta semana, por coincidencia, me encontré con un recuerdo de la infancia que saltó frente a mí después de compartir un meme que habla de la violencia doméstica, enfocada en el caso de los hombres que son víctimas de sus parejas. Mi recuerdo es el de una niña que vivía en el conjunto, que se comportaba de forma muy extraña: mataba pajaritos, golpeaba y que además se comía pasteles de tierra que ella misma hacía. Era una niña de unos cuatro años.

Así como cuando intenté escribir la nota sobre el enfrentamiento de tendencias culturales provenientes de esos distintos ejes que son México, Argentina y Estados Unidos, en el caso del meme que llama la atención al caso de hombres que son víctimas de sus mujeres, mi intuición me llamó a buscar un escenario anterior al enfrentamiento, en el cual las diferentes partes puedan rastrear el origen del fervor con el que las ideas se enfrentan.

Por eso me resultó tan útil enfocarme en el caso de aquella niña violenta de mi conjunto. Su caso, pocas veces fue tratado por nosotros, los miembros de esta comunidad, que ya hemos alcanzado la treintena y que nos vemos de vez en cuando para conversar sobre el devenir de nuestras vidas adultas. Resulta ahora evidente que la niña debió haber sufrido de un ambiente de violencia en su casa y que este era el origen de su conducta tan reprochable desde nuestra mirada infantil. 

Es una reflexión conocida esa de que somos criados con tendencias a apreciar/despreciar tanto al niño de la casa de a lado, como a la música que reproduce el vecino en su estéreo los domingos, de acuerdo con criterios que, a veces, no llegamos a entender aún cuando ya hemos llegado a tener nuestro propio criterio. Haciendo música uno se enfrenta a la necesidad de justificarse con respecto a decisiones estéticas, como adoptar un estilo o un lenguaje, debido a que nuestra sociedad constantemente está buscando motivos para desautorizar, excluir y minimizar los esfuerzos de aquellos con quienes competimos por tener un lugar en la jerarquía que rige nuestra ciudad. En el caso de la violencia doméstica, el debate siempre tiene el riesgo de terminar estableciendo dos bandos que a la final nunca podrán sentarse a conversar. 

Así fue como encontré, en mi voluntad por reparar el recuerdo que tengo sobre la niña cruel, un vehículo para desvanecer mis propias trabas para aceptar las diferencias que me colocan, sin que yo lo pida, en bandos enfrentados de conflictos, tanto culturales, como sociales que afectan mi vida. A la final, este es un texto, que llama a buscar enriquecer las discusiones con eso que se conoce como pensamiento lateral. 





Santiago Soto
10/19/14

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