El Valor de los Valientes

Estos no son tiempos para la gente débil- decía una amiga más joven que yo hace pocos días. Desde una perspectiva de otra generación a la mía, este tipo de aseveración me causaba sorpresa porque consideraba, por su edad, que estaba llegando demasiado temprano a ese tipo de conclusiones (y de forma tan enfática!). Sin embargo, al internarme en la vida social de la ciudad, puedo aseverar que su planteamiento no esta lejos de ser, por lo menos, útil. Es cierto que la ciudad se ha convertido en un campo de batalla. Hace años conocí a una chica que viajaba desde Chile por latinoamérica buscando una paz que ya no podía encontrar en su país. Decía que el desarrollo vuelve un poco loca a la gente y que pese a que hay más recursos, estos resultan ser menos capaces de saciar las necesidades de las personas. Lo que enturbia el ambiente. Más allá de las reflexiones económicas o políticas que puedan surgir de la imagen que esa opinión plantea, me parece que si la ciudad llama a sus ciudadanos a armarse de valor para salir cada día a pelear por su felicidad, la valentía, como principio, tiene que rescatarse.

Cuando era un adolescente y noté que mi cuerpo dejaba atrás mi persona infantil, sentí el placer de caminar armado de brazos y piernas más hábiles para defenderme de los temores que habitaban en la calle. Creo que en esos momentos de la vida el goce que puede producir el sentirse más capaz de defenderse, no es algo que no pueda invocarse después, cuando uno ya ha sufrido unos cuantos golpazos y se ha vuelto a subir al ring de la ciudad. La valentía tiene que ver con el valor y no estoy yendo al dato etimológico sino más bien a una noción más cotidiana del sentido del valor de una persona. La soledad, la posibilidad de la soledad total, de levantarse un día en un mundo sin otros humanos, el escenario del náufrago atrapado en una isla remota, puede servir como contrapunto a lo que planteo como noción cotidiana del valor de una persona. Imaginen al náufrago encontrando de repente una aldea poblada por los suyos, o al explorador del mundo pos-apocalíptico encontrando a su familia. El valor de una persona, de un ser humano útil para nuestra supervivencia, con quien podamos establecer un vínculo de sociedad, tiene para mí, que ver también con la valentía. 

Porque la ciudad nos obliga a ser valientes, a atrevernos a hacer el esfuerzo por encontrar esos verdaderos vínculos que necesitamos para sacar adelante nuestros proyectos de vida. Aún más, la ciudad nos obliga a tener la valentía para no caer en el aislamiento y a reconocer el valor de las personas para no optar por auto-excluirnos. La ciudad, en estos tiempos tan agitados, hace que cada vez que encontremos un ser humano al que consideramos valioso para nuestra vida tengamos que luchar para que la multitud no se lo lleve hacia donde sus servicios tengan mayor sentido económico. Es como si el valor que tiene una persona en nuestra vida podría ayudarnos a ser más valientes, como si esas personas con las que logramos establecer vínculos verdaderos se convirtieran en parte de esos brazos y piernas de nuestro cuerpo ampliado con los cuales podemos defendernos en un medio cada vez más agresivo.






Santiago Soto
09/16/14

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