El Culto a la Cultura

Estoy cerca de cumplir treinta y dos años lo que me ha dado la oportunidad de cometer bastantes errores en la vida. A través de mis errores he aprendido a relacionarme con la gente en lo profesional, en lo personal, en lo amoroso, en lo trivial, en lo mediático, en lo artístico y claro, en lo cultural. Lo cultural ha sido lo más difícil de manejar. 

Un texto como este solamente puede alcanzar para dibujar unos pocos rasgos del sistema cultural que mueve las relaciones humanas de nuestra ciudad. Hay un rasgo particular que me interesa tratar con este escrito y tiene que ver con el uso que se le puede dar a la forma de ser que uno ha formado con los años para sobrellevar las diferencias culturales que nos pueden apartar de grupos a los que quisiéramos entender más. 

Cada uno de nosotros ha sido programado para expresarse de una manera que sin dudas, en el ámbito equivocado nos va a hacer fallar. Puede ser muy frustrante encontrarse con que ese ámbito problemático sea alguno en el que funcionen nuestros sentimientos más íntimos, como es el familiar. La ciudad nos transforma y nos convierte en miembros de familias invisibles que atraviesan los lazos que compartimos con nuestros seres más queridos e intentan encausarnos en corrientes que van más allá de nuestros propósitos personales. La cultura es una forma de convertir al individuo en una herramienta para un sistema que quizá este no pueda divisar. 

Como mi papá es de izquierda nos puso en un colegio que impidiese que desarrollemos un sentido elitista. A la vez, este colegio, nos formó, y de forma particular a mí, como personas con una forma de actuar que en muchos casos es incompatible con ciertos ámbitos culturales en los que, por esos caminos de la vida, he terminado desenvolviéndome como artista. Por eso hablaba al comienzo de este texto de errores en la vida. Porque han sido muchas las veces en las que no he sabido reconocer mi propia forma de actuar como diferente a la de las personas con las que he tenido que relacionarme. Me ha tomado estos treinta y dos años el desarrollar una forma de verme desde afuera. Solo ahora puedo entender como mis palabras escondían el mensaje que yo quería trasmitir con ellas en los contextos en los que las estaba utilizando. Por eso también es que me he apropiado de la escritura. 

Más allá de las palabras, sobre todo de los textos escritos, la cultura nos forma en lo performático, en lo gestual. Ahora puedo notar cuando mis formas son demasiado exageradas comparadas con la del interlocutor al que me estoy dirigiendo y después de haber causado algún tipo de estrago me recojo y recapacito sobre el lenguaje corporal que podría haber utilizado. Por mucho tiempo pensé que mi expresión era universal, o al menos pensé que podía reconocer fácilmente el canal en el que estaba operando para relacionarme con la persona que tenía al frente. Repito, lo más frustrante de este ejercicio es encontrarse con que las diferencias más fuertes suceden en el ámbito más íntimo: el familiar. Porque las familias son cuerpos asimétricos, moldeables, acomodados a las esquinas de esta ciudad que no posee demasiadas zonas llanas, llena de momentos empinados, de cambios de ruta, de rostro, de color. La multiplicidad de las culturas individuales, familiares, grupales se disfraza en una masa de la que solamente unos pocos pueden sacar la cabeza. Cuando uno los divisa e intenta sacar la suya para dialogar, de repente se encuentra utilizando un dialecto tan extraño, tan extraño, para esos otros actores culturales que parecería que la única opción que uno tiene de hacer cultura es migrar. Todavía no estoy seguro de que el modelo cultural que utilizamos tenga la suficiente flexibilidad como para poder quedarme a vivir aquí, tranquilo. 

Sin embargo, como decía al comienzo de este texto, gracias a mis errores he logrado trazar el borrador de un mapa que delimita los territorios culturales que debo atravesar. Hay una línea imaginaria que divide hasta a mi familia y que sin importar qué tan buenas sean nuestras intensiones, si es que uno desea cruzar debe hacerlo utilizando las palabras adecuadas. Mi mapa sí establece alguna noción de élite, pero sobre todo establece una noción de grupos que tienen diferentes perspectivas sobre lo que es necesario en una élite cultural. A veces yo me siento del lado de un equipo entregado a la acción, a veces siento que hay otra forma de hacer las cosas que elabora sus formulaciones desde la retórica. Esa retórica contra la que me he dado tantas veces de bruces, desde cuando he intentado hacerme un levante hasta cuando he tratado de plantear la forma de crear un centro cultural. 

De mi amigo poeta Chacal, aprendí que entre el sonido y el sentido hay una forma de perdonarse todos esos errores semánticos o gestuales y simplemente ejercer el sentido artístico con libertad. Puede ser que esto nos termine costando nuestra relaciones familiares o que tengamos que cambiar de ciudad. Por el momento a Quito le dejo clavado este mapa encima e intento no cruzar las fronteras sin las palabras adecuadas. Ya voy un año sin levantes, casi, pero vivo más tranquilo aunque estoy escribiendo este texto en medio de un gueto, un lugar terrible, un agujero negro, en opinión de algunos actores del ámbito de la Cultura.








Santiago Soto
04/03/14

Comentarios

Entradas populares